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El Ingenioso Hidalgo

Don Quijote y Rocinante

Luis Miguel Román Alhambra

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Don Quijote cuando decide salir de su casa en busca de sus famosas aventuras es un hombre ya viejo: «Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza» (I, 1). Con cincuenta años un hombre en el siglo XVI-XVII era una persona en la parte final de su vida como detallaba su enemigo literario, Lope de Vega, en su obra El peregrino en su patria (1604), las edades de los hombres y sus dedicaciones en cada fase de la vida: «… en las cortas (vidas) nuestras que de veinte años se abren los ojos al sentido, de treinta al entendimiento, de cuarenta al alma para mirar lo pasado, de cincuenta al arrepentimiento y a la muerte…».

Para hacer creíble la historia de don Quijote a sus lectores no podía aupar al ingenioso hidalgo manchego sobre un caballo normal, no resistiría un hombre viejo y delgado el cabalgar impetuoso de toda una larga jornada, por lo que busca en la cuadra de don Quijote y encuentra a Rocinante, el caballo viejo y flaco, que es la imagen equina de su amo: «Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit» (I, 1)

Cervantes con su genialidad narrativa cuida hasta este detalle, y desde el mismo momento que don Quijote sale por la portada del corral de su casa sobre Rocinante, la novela recorre caminos y parajes al paso cansino y mermado por la flaqueza y enfermedad en sus cascos, aquejados por los «cuartos». Rocinante tenía la enfermedad conocida como «cuartos», que como define el primer diccionario de la RAE (1726): «Se llama cierta especie de enfermedad que da a los caballos y animales mulares en los cascos, que es una raja que se les hace desde el pelo a la herradura».

En 1971 se instalaba en la plaza de Alcázar de San Juan unas magníficas estatuas de don Quijote y Sancho Panza, que son uno de los iconos de ella, en la que todos los visitantes se acercan a hacerse fotografías junto, o encima, de ellas. Hace unos días haciendo una fotografía a unos turistas, al entregarles la cámara con la que con mucho gusto perpetué su paso por el lugar de don Quijote, observé que unos de los cascos de Rocinante tenía exactamente esta enfermedad. Supongo que ha sido por el paso de los años y su peso lo que ha provocado el deterioro del bronce de esta parte de la escultura, pero bien vale para tener una imagen exacta de cómo era esta enfermedad que casi invalidaba a un caballo para andar.

Cervantes reduce a la mitad el rendimiento de Rocinante y así también el espacio-tiempo de su novela. Si un caballo normal, al paso, recorre una legua a la hora, unos seis kilómetros, Rocinante recorre solo la mitad, tres kilómetros. Además de dejarnos pasajes en los que a consecuencia de la debilidad, tropezones y caídas de Rocinante, don Quijote sale mal parado, también nos cuantifica esta merma, a la mitad, de su caballo cuando nos describe lo que para el ventero, Rocinante, le parece: «Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aún la mitad» (I, 2). Pero para que no quedase duda de la condición física, cuantifica exactamente su valía, a la mitad, en la distancia que recorre en el combate que enfrenta a don Quijote con el Caballero de la Blanca Luna en la playa de Barcelona, que no era otro este caballero que su vecino Sansón Carrasco: «… volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos; y como era más ligero el de la blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza, que la levantó, al parecer de propósito, que dio con Rocinante, y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída …» (II, 54). Del tramo inicial que los separaba antes de iniciar el combate, el Caballero de la Blanca Luna con su caballo recorre dos partes y don Quijote sobre Rocinante solo una, la mitad, en el momento de encuentro.

Hay autores que tratan de localizar parajes y lugares, y principalmente el lugar de don Quijote, que no tienen en cuenta, o no les conviene tenerla pues no le encaja con sus propósitos, la condición física de Rocinante, siendo el mismo Cervantes quien pone mucho cuidado en describirla.

Si conocemos la velocidad de paso de Rocinante, media legua a la hora o tres kilómetros a la hora, y Cervantes nos describe el tiempo en recorrer un tramo entre dos puntos de la obra, es fácil conocer la distancia que separa a estos. De esta manera tan sencilla, en Mi vecino Alonso (2010), puse nombre al lugar de don Quijote, Alcázar de San Juan, y de la misma manera continúo localizando los caminos, parajes y lugares por donde Cervantes hizo pasar a don Quijote y Rocinante.

Luis Miguel Román Alhambra

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