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AYTO. ALCÁZAR DE SAN JUAN Feria de los Sabores 24

Los Lectores

Las eras de trillar en el lugar de don Quijote

Luis Miguel Román Alhambra

CONSEJO REGULADOR 24
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La forma y el paisaje de Alcázar de San Juan, el lugar de don Quijote, han cambiado en estos cuatro siglos. Su morfología urbana ha evolucionado reflejando en ella los diferentes modelos socioeconómicos sucedidos a través de este tiempo. El plano urbano, el elemento más estable de la morfología, en su expansión, con nuevos trazados viarios y superficies ocupadas por otros usos del suelo, ha tapado superficies destinadas en lo antiguo a otros usos, como son las eras de trillar el cereal situadas en las afueras de Alcázar de San Juan.

Las del lugar de don Quijote y Sancho son descritas, como paisaje periurbano, cuando estos regresan a casa desde Barcelona con la intención de hacer un año de retiro pastoril. Después de pasar por El Toboso, en el último intento de ver desencantada a Dulcinea, siguen el camino que les lleva finalmente a su pueblo. Una cuesta en el camino, poco antes de llegar a él, les impide su visión, hasta que: “Con esto pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea […] Con esto bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.” (Q2, 72)

Además de describirnos el accidente geográfico que impide desde el camino ver el pueblo, Cervantes lo aprovecha para invitarnos a que desde allí contemplemos la imagen completa del lugar de don Quijote, mientras leemos como Sancho, hincado de rodillas, se alegra ya de llegar “si no muy rico, muy bien azotado”. Y es aquí, entrando al pueblo, cuando Cervantes nos regala otra imagen, otra estampa singular del paisaje urbano del lugar de don Quijote: las eras empedradas donde sus vecinos trillaban el “pan”.

Estas eras están en la entrada del pueblo y unos muchachos riñen en ellas. Entre las eras y las primeras casas, en un “pradecillo”, están rezando el cura y Sansón Carrasco. Otros muchachos aprovechan la cercanía a sus casas para estar también en aquel paraje:

“A la entrada del cual, según dice CideHamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos […], pasaron adelante, y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco […] finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo, y se fueron a casa de don Quijote.” (Q2, 73)

La mayoría de las eras con las que contaba Alcázar de San Juan se concentraban en la parte noreste de la villa, entre los caminos de Quero, La Puebla y El Toboso, junto a sus límites urbanos.

En el primer Libro de Actas y Acuerdos de Alcázar de San Juan (1599-1609), que se conserva en el Archivo Histórico Municipal, encontramos varios pleitos que mantuvo el concejo con el gobernador del priorato de San Juan, que residía en esta misma villa. Uno de ellos fue por la titularidad y uso de estas eras situadas en el “pradillo”, en el que sus alcaldes y regidores defendían a los vecinos propietarios de estas antiguas eras del lugar:

“En la villa de Alcazar en diez y siete días del mes de febrero de mil seiscientos años estando en la torre del ayuntamiento de esta dicha villa los alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres para tratar y conferir cosas tocantes del bien público de la dicha villa acordaron que por cuanto el gobernador [de los] dichos priorazgos procede contra los vecinos desta villa que tienen eras en el pradillo […]se lleven los papeles que les pareciere en su provecho para que el dicho gobernador se satisfaga de como las dichas eras son de los vecinos que las poseen […]”

Estas “eras en el pradillo” se conservaron con este topónimo aún muchos años después. En el Libro Seglar, también conservado en el Archivo Histórico Municipal, origen de las respuestas enviadas en 1752 al Catastro mandado hacer por el Marqués de la Ensenada, el agricultor Felipe Díaz Carrascosa, vecino de esta villa, dice tener “una hera pan trillar en las del pradillo contiguo a esta población”.

En estas eras “del pradillo”, como se conocían entre los vecinos de Alcázar, al estar junto a un pradillo a la sombra de las últimas casas de la población, Cervantes enmarca esta escena. En ella dibuja fielmente el paisaje periurbano de la villa, desde el camino de El Toboso, y, además, utiliza el mismo topónimo conocido por los vecinos para este espacio: “un pradecillo”. Las eras del “pradillo” o “pradecillo”, en la entrada a Alcázar por este camino, es otra imagen más del paisaje de Alcázar de San Juan en el Quijote.

Hoy estas eras y el “pradecillo” han desaparecido, perdiéndose esta referencia geográfica de Alcázar. Con la ayuda de los documentos y la cartografía histórica disponible es posible situar este paraje descrito por Cervantes en el plano actual de Alcázar

La actividad que los vecinos ejercen en su lugar moldea su estructura configurando su imagen, especialmente el plano. Cuando hay un cambio significativo en el número de vecinos y sus actividades, el plano del lugar, y por lo tanto su imagen, también cambia, amoldándose a las necesidades de sus vecinos. Esta función urbana del lugar cambia su morfología, adaptando incluso su forma a las nuevas exigencias sociales, económicas o culturales. Este cambio de vida socioeconómica ocurrió especialmente en Alcázar de San Juan a finales del siglo XIX con la llegada del ferrocarril, que uniría Madrid con el Levante y Andalucía, convirtiendo la estación de Alcázar de San Juan en uno de los nudos ferroviarios más importantes de España, cambiando la función urbana de una ciudad, antes mayoritariamente agrícola y de oficios, a otra distinta con centenares de empleados ferroviarios. El ferrocarril cambió sustancialmente los parámetros básicos de su configuración urbana: superficie, perímetro, longitud de los ejes y radios de su forma. Por tanto cambió su aspecto externo y su paisaje.

El mapa más antiguo que se conoce de Alcázar de San Juan es el dibujado en 1840, conservado en el Centro Geográfico del Ejército.

Esta imagen urbana, de poco antes de mitad del siglo XIX, aún no tiene la huella del ferrocarril en ella. Don Manuel Rubio Herguido, en la revista Guía de septiembre de 1966, describe como “El día 1º de abril de 1852 un pregonero recorre las calles de Alcázar anunciando a los vecinos que aquel que quisiera trabajar en las obras de la red se presentara en el camino que salía de la calle de las Huertas”. Ante una multitud de personas, don José de Salamanca, promotor de la línea, marcó el lugar donde se construiría la estación. El 21 de mayo de 1854 llegaba a los andenes de la nueva estación el primer tren procedente de Madrid. En marzo de 1855 se inauguraba el tramo de Alcázar-Albacete y 1860 el tramo Alcázar Manzanares. La imagen de la ciudad ya no tendría nada que ver con la que se podía contemplar en 1840, especialmente en su parte norte por donde se trazaron las vías, la estación y sus andenes, el depósito de máquinas, los talleres de material móvil y remolcado, etc.

El siguiente mapa conocido de Alcázar de San Juan es el realizado en 1884 por el Instituto Geográfico y Estadístico, siendo parte del primer Mapa Topográfico Nacional (MTN). En él ya se aprecia el nuevo desarrollo urbano de Alcázar debido al ferrocarril.

En 1857 el censo de Alcázar de San Juan era de 7.942 personas (INE). Número de personas muy aproximado al que tenía Alcázar de San Juan cuando Cervantes escribía el Quijote, “dos mil vecinos”. “Vecino” se consideraba al sujeto que pagaba impuestos, por lo que quedaban fuera de este número las mujeres, niños, clero, religiosos, hidalgos y todo aquel que estuviese exento de pagarlos. Expertos en estadística e historia han llegado a la conclusión que para conocer el número aproximado de personas que habitaban un lugar, el número de “vecinos” habría que multiplicarlo por 4 o por 5, estando muy consensuado multiplicar por 4,5. Así, la villa de Alcázar, de “dos mil vecinos”, tendría entre 8.000 y 10.000 habitantes en 1600.

En 1530 el número de habitantes era mucho mayor. Según los libros de alcabalas tenía 3.696 “vecinos pecheros”, unos 16.600 habitantes. Es en esta época cuando los bordes urbanos de la villa fueron los mayores conocidos.

En 1575, en las Relaciones Topográficas mandadas hacer por Felipe II, se solicitaba a los pueblos que respondieran a “Las casas y vecinos que al presente en el dicho pueblo hubiese, y si ha tenido más o menos antes de ahora, y la causa por que se haya disminuido”. Las respuestas de Alcázar, aunque fueron hechas y enviadas al secretario del rey, están perdidas. Pero sí disponemos de las respuestas de pueblos vecinos sobre los nombres de los lugares más próximos a ellos y el número de vecinos. Campo de Criptana dice que “[…] Alcázar, como al poniente, de más de dos mil vecinos […]” y Villafranca de los Caballeros que “[…] la villa de Alcázar tendrá de vecindad dos mil y quinientos vecinos […]”, unos 11.250 habitantes. Poco después, en el censo de vecinos realizado en 1594 en Alcázar de San Juan aparecen registrados 2.057 “vecinos”, de nuevo unos 9.250 habitantes. El descenso demográfico durante la segunda mitad del siglo XVI, en general en toda España, fue debido a las guerras mantenidas por la monarquía hispánica, las epidemias, enfermedades y sequías que asolaron toda España, además de la escasa natalidad y alta mortalidad de recién nacidos y mujeres en la gestación y en el parto. Crisis demográfica que seguirá durante los primeros años del siglo XVII acrecentada por la expulsión de la población morisca entre 1609 y 1613, de la que Cervantes en su segundo Quijote no pasa de largo. De los 2.057 “vecinos” en 1594 (unos 9.250 habitantes), Alcázar pasaría a 1.481 “vecinos de todas clases” (unos 6.665 habitantes) en 1646 y a 1.134 “vecinos” (unos 5.100 habitantes) en 1694. En cien años Alcázar de San Juan casi perdió la mitad de sus habitantes, aunque sus límites urbanos seguían siendo los mismos.

Durante el siglo XVIII comenzó a recuperarse, declarando en 1752, al Catastro de Ensenada, de nuevo “dos mil vecinos” (unos 9.000 habitantes), el mismo número que contaba en 1600. La población se estabilizó durante los siguientes cien años y las ocupaciones de sus vecinos seguían siendo las mismas. Su plano urbano seguía siendo el mismo.

Los Censos realizados por el INE en 1857 y en 1860 contabilizan el número real de personas que habitan en los pueblos y ciudades españolas. Respectivamente en Alcázar de San Juan reflejan 7.942 y 8.179 habitantes, apreciándose claramente como la construcción del ferrocarril hace que en solo tres años el número de habitantes creciese en 237 personas, un 3%. Llegando a 11.292 habitantes en el año 1900.

Por tanto, se puede afirmar que el mapa de Alcázar de San Juan realizado en 1840 refleja la misma función urbana que la villa mantenía en 1600. El trazado de sus calles y los límites urbanos son los mismos que los vecinos coetáneos de Cervantes, y el mismo Cervantes, pudieron ver. Es a partir de la segunda parte del siglo XIX, con la construcción del ferrocarril, cuando comienza un nuevo desarrollo urbano que ha llegado hasta nuestros días.

La villa de Alcázar de San Juan que refleja este primer mapa la he dibujado en negro sobre el mapa actual del Sistema de Información Geográfica de Parcelas Agrícolas (SigPac). Así era el lugar de don Quijote en 1600:

Los parajes de las eras en Alcázar de San Juan, aparte de las que algunos agricultores tenían cerca de sus propias tierras y quinterías a lo largo del término municipal, que están relacionadas en el Libro Seglar son: camino de San Sebastián, camino de la Cruz Verde, camino de las canteras, portada de la Cruz, camino de Herencia, camino del Campo [de Criptana], del Pozo Nuevo y del Pradillo. Siendo en estos dos últimos parajes donde se concentraban la mayoría de ellas.

En el mapa de 1840, entre los caminos de Quero y La Puebla de Almoradiel, están dibujadas las eras del Pozo Nuevo, y entre el camino de La Puebla de Almoradiel y Miguel Esteban, inicio común del camino a El Toboso, están dibujadas las eras situadas en el paraje del Pradillo, las más cercanas junto a las casas y las más alejadas a “un tiro de bala” de ellas.

“Y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco”. Esta fotografía de los edificios que hoy se encuentran sobre las antiguas eras del Pradillo está tomada desde la Calle Horno, entrada del antiguo camino de El Toboso a la villa de Alcázar de San Juan, por la puerta de Villajos. En este mismo lugar imagina Cervantes esta escena de la entrada de don Quijote y Sancho Panza a su pueblo.

Cervantes podría haber omitido la imagen de las eras y del «pradecillo» donde estaban el cura y el bachiller rezando a la entrada del pueblo y la historia del ingenioso hidalgo manchego habría sido la misma. Sin embargo, aprovecha esta imagen real de las afueras del lugar de don Quijote desde el camino a El Toboso como recurso literario para ilustrar la llegada a casa del valiente don Quijote, haciendo así creíble su historia. Imagen real como recurso literario en su cuento de ficción, así es de sencilla la geografía del Quijote.

Alcázar, y sus vecinos, es retratada por Cervantes en el Quijote. Sus eras en Pradillo a la entrada por el camino de El Toboso, vecinos con cañas de pescar en sus ríos, galgos con los que llevar una socorrida libre a casa, una fuente en la plaza que la sequía la deja sin gota de agua, una picota de justicia destruida por un rayo, soldados regalándose por sus calles, el arroyo Mina donde Sanchica lavaba ropa junto al camino de Murcia, sus montes públicos repletos de bellotas, maestros de primeras letras, hidalgos y caballeros, predicadores por cuaresma, médicos y letrados, agricultores y pastores, carniceros y herreros. Paisaje y paisanaje del lugar de don Quijote dibujado con palabras por Cervantes.

Hoy es casi imposible contemplar la imagen de la trilla del cereal, no solo en Alcázar y en la Mancha sino en toda España. Modernas cosechadoras atraviesan cada verano España de sur a norte, segando y separando el grano de la paja a velocidades impensables hace medio siglo.

En la imagen de esta fotografía se ve la labor de trillar el trigo en el Corazón de la Mancha. En la era empedrada se extendían los haces recién segados. La trilla de madera de encina o álamo negro, con sus pedernales bien ajustados, pasaba una y otra vez cortando la paja y deshaciendo los granos de la espiga. El agricultor guiaba el tiro de mulas bajo el soberano sol manchego del mes de julio. A veces, era también el momento para que los muchachos disfrutasen del final de la jornada sentados también sobre la trilla, un poco más de peso venía bien para acelerar el proceso si la mies era abundante. Como este, en el que mi madre con mis tres hermanos mayores pasaba la tarde sobre la trilla de su tío Miguel, en la era de la Huerta del Mamello. Cuando mi madre me enseñaba esta fotografía me decía que yo también iba ese día en la trilla con ella, dentro de ella.

Luis Miguel Román Alhambra

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