En ocasiones, las cosas que ocurren en una vida pequeña, como la mía, terminan encajando como si fuese un juego de espejos. No creo que hubiera otro momento más necesario para mí que este para leer Del silencio, de Sergi Bellver, aunque es cierto que lo he leído ahora por accidente, ya que diversos motivos lo fueron retrasando. A veces, las cosas pasan por algo. En esta ocasión, porque leer la historia de János era leer la historia de un refugiado de las guerras de Europa y, qué triste, es un momento en que leer algo así me resulta imprescindible.
A menudo olvidamos que los refugiados de las guerras son seres humanos. Con el tiempo se terminan convirtiendo en cifras, en una masa sin rostro que sólo parece aferrada a la desgracia. Sin embargo, Bellver nos conduce por un mundo de huidas y supervivencia, sí, pero también de todo aquello que nos hace más humanos y nos salva el espíritu, el alma, en los momentos más necesarios. Mantener la humanidad y la identidad propia puede parecer casi imposible cuando se vive el horror, cuando uno lo ha perdido todo, cuando apenas hay un espacio al que pueda arraigarse el tiempo suficiente como para reflejarse en él. Sin embargo, la propuesta del autor es que siempre se puede hallar un hogar en las pequeñas inquietudes, en las pequeñas búsquedas, en una pieza de música, en un libro, en el silencio que a veces es más importante que las palabras, en alguien a quien se ama o en el recuerdo de a quien se amó.
Siempre se puede hallar un hogar en la belleza, y esa es la mejor forma quizá de no perder la esperanza. Ese hogar, puede deducirse de su lectura, está en las cosas elevadas, el arte, las obras de genios de la antigüedad; pero también está en el sobrecogerse por un paisaje, en el respetar el secreto de un familiar querido, en un caballo encontrado, en el reencuentro con un amigo, en cada pequeño gesto que uno recuerda para siempre. Bellver huye de lo fácil y lo grandilocuente y se detiene a bailar sobre el detalle, como finalmente hacemos al rememorar nuestra vida. Del silencio es la historia de nuestra memoria, y de esa parcelita de espíritu que no se puede arrebatar.
Puede que el desencanto de la vieja Europa se refleje mejor en este libro que por momentos es tan bonito que toca lo irreal por muy apegado a nuestra historia reciente que esté, que en los telediarios, porque en estas páginas se puede intuir a la gente. Se puede seguir incluso aquello que no se dice, que se lleva por dentro en silencio y que acaba, en ocasiones, con sueños rotos y calles ardiendo. Se lee como escuchar música, casi sin sentir, y eso quizá sea lo más difícil que Bellver ha conseguido: que el peso de lo terrible no pese porque es más amplia la belleza y, cuando el resto se quema, la belleza permanece.