Enrique Suárez Figaredo (Barcelona, 1951) vivió su infancia en el barrio del Poble Sec, a las espaldas de aquella fábrica de la luz de la que hoy sobreviven sus emblemáticas chimeneas. A ellas, a la Fecsa, lo llevó el destino en 1974. Cuando Fecsa se integró en Endesa, se le encargó el Centro de Ingeniería de Distribución de esta compañía, y, posteriormente, la Subdirección de Control de Calidad de Aprovisionamientos.
Su afición al Quijote empezó hace ya muchos hace años, cuando editó un Quijote para su empresa con el que agasajaban a los ilustres visitantes o regalaban a los empleados por su jubilación. Hizo cierto el aforismo de Cicerón: “si quieres aprender sobre algo, escribe un libro”.
Pero una vez editado su Quijote no paro ahí, hombre inquieto, se interesó por el asunto, y empezó a acumular documentación, a consultar ediciones, antiguas y modernas, a contactar con quijotistas del mundo, a leer toda la producción cervantina y a otros autores del Siglo de Oro y, finalmente, a compulsar los ejemplares originales de las primeras ediciones del libro.
Investigando y confrontando originales en la Biblioteca Nacional de España fue como descubrió que del Quijote de Avellaneda (del que la BNE poseía 4 ejemplares) hubo dos ediciones y que los ejemplares que se manejaban correspondían a la segunda y por tanto se había dado a la imprenta una edición anterior (la primera) que no estaba catalogada como tal.
Es por tanto uno de los mayores especialistas mundiales en el Quijote apócrifo, obra de la que todavía hoy desconocemos quién fue su autor.
Como bien nos relata Cristina Ruiz Urbón en su trabajo Los diez entremeses atribuidos a Miguel de Cervantes Saavedra: historia crítica y estado de la cuestión, desde el siglo XVIII se han barajado infinidad de propuestas de la persona que podría haberse escondido tras el pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda: fray Luis de Aliaga, fray Juan Blanco de Paz, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Tirso de Molina, Agustín de Rojas, Pedro Liñán de Riaza, Francisco López de Úbeda, Alfonso Lamberto, Juan Ruiz de Alarcón, Alonso Castillo de Solórzano, fray Luis de Granada, Alonso Fernández Zapata, fray Cristóbal de Fonseca, Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, fray Alonso Fernández, Juan Martí, Alonso Pérez de Montalbán, el clérigo cordobés Juan Valladares, Alonso de Ledesma, el conde de Lemos en colaboración con Mira de Amezcua y Gabriel Leonardo de Albión y Argensola, Ginés Pérez de Hita, Baltasar Eliseo de Medinilla, fray Hortensio Félix Paravicino, Cristóbal Suárez de Figueroa, alguno de los hermanos Argensola e incluso el propio Miguel de Cervantes. De un tiempo a esta parte, el debate se centra en el soldado aragonés Jerónimo de Pasamonte (Riquer 1988 y Martín Jiménez 2005), el dominico vallisoletano Baltasar de Navarrete (Blasco 2005) y el poeta arriacense José de Villaviciosa (Rodríguez López-Vázquez 2011a).
Como se ve la nómina es grande. Nuestro querido Enrique se atrevió a proponer como autor a Cristóbal Suárez de Figueroa, en atención a un estudio del estilo, de construcciones léxicas particulares y de palabras que utilizaba repetidamente el autor y que sometida a la comparación con las obras de Suárez de Figueroa alcanzaba una concordancia muy superior a la de otros posibles autores, cuyas obras también fueron sometidas a confrontación y estudio.
Es notable que Enrique Suárez haya encontrado una construcción en el texto que es muy poco usada en el Siglo de Oro y que caracteriza esta obra, se trata de la expresión “tras lo cual”, que aparece 28 veces en el texto. Para conocer el ingente y ambicioso trabajo que hizo Enrique Suárez, basta consultarlo en:
https://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista10/SuarezFigaredo/SuarezFigaredo.pdf
Desde este momento, sometemos esta frase a la consideración de los expertos que traten de encontrar los tics avellanedescos en otros autores contemporáneos a Cervantes y en caso de hallar el frecuente uso de “tras lo cual”, ya podemos avanzar que se encontrará cerca de resolver este enigma aún irresoluto.
Por azares de la vida, conocimos a Enrique y por su afabilidad, bonhomía y accesibilidad en el trato, nuestra amistad se ha ido asentando y es hoy un amigo extraordinario y además Socio de Honor de esta Sociedad y el hecho de que viva lejos no impide que disfrutemos de su erudición y sobre todo de su amistad. Todo esto, lo completa, además, con al menos dos presencias físicas anuales en Alcázar de San Juan.
Estas son las cosas que el amor por el cervantismo y el quijotismo nos traen a la Sociedad Cervantina de Alcázar: son premios añadidos a esta pasión.
Como, por ejemplo, la amistad de Manuela Sáez González, monfortina, investigadora incansable y autora de la mejor biografía sobre el Conde de Lemos (mecenas de Miguel de Cervantes y otros escritores).
Si hemos leído con atención, en la relación de Ruiz Urbón se encuentra también el Conde de Lemos en colaboración con Mira de Amezcua y su secretario Gabriel Leonardo de Albión y Argensola como posibles autores del Avellaneda; pero en los numerosos escritos del Conde de Lemos, Manuela sólo encontró la expresión “por lo cual”; ningún “tras lo cual”.
Ojalá otras mentes inquietas y doctas sepan tirar de los hilos convenientes y busquen por donde se pueda encontrar al tordesillesco autor, y de este modo puedan dar felice terminación a los trabajos iniciados por estos buenos amigos antes citados.
Y como decía nuestro querido don Miguel, a ti que lees: «Dios te dé salud y a mí no olvide».
Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan