El grupo adecuado
Siempre digo que parte del trabajo de un escritor es observar. En los detalles del comportamiento humano, solitario o en grupo —porque a menudo son bien distintos— están las claves para que los personajes de un texto, finalmente, cobren vida.
Observo cómo las personas se relacionan, lo fácil que les resulta entenderse en el tú a tú, cuando se encuentran cara a cara. Por supuesto, existen insalvables diferencias que a veces no se pueden sortear de esa manera, pero en general, es humano poner esfuerzo en entenderse con alguien cuando nadie nos mira. Es cuando nos miran cuando se dificulta este entendimiento. De ahí aquella frase a la que no soy capaz de colocar dueño, que decía que las personas siempre tienen razón y los grupos se equivocan siempre.
A menudo pienso que todos los nuestros males vienen del afán por gustar. Cuando estamos en grupo, en cualquier grupo al que pertenezcamos o, peor, al que queramos pertenecer —es en estos casos cuando el fenómeno puede volverse más violento—, la necesidad de entendimiento se diluye para dejar paso a la «necesidad de defender lo que parece correcto dentro del grupo correcto». Esto puede ser sencillamente por impulso imitativo, es decir, necesitamos imitar lo que nos parece que hacen aquellos a quienes admiramos; puede ser por burbuja informativa, o lo que es lo mismo, como no nos movemos de nuestro grupo de información siempre circula la información que confirma el sesgo; o bien puede ser por una mezcla de ambas: nos relacionamos en grupos burbuja con aquellos a los que encontramos semejantes o a los que nos queremos parecer, y en esos grupos burbuja la información que circula siempre confirma lo que el grupo piensa.
Por lo que sea, he tenido la desgracia o la ventaja, quién sabe, de considerar fascinante a la gente que no piensa en absoluto como yo en algún sentido. A nivel intelectual, porque quiero comprender. A nivel emocional, porque no he sabido nunca ni sabré comprender la demonización de los que piensan opuesto. Hay bellísimas personas que, según mis criterios, están equivocadísimas (y pongo énfasis en las -ísimas), pero más importante: que suelen pensar que yo soy una bellísima y equivocadísima persona. Es en esa identificación de lo que pensamos del otro quizá donde hemos encontrado un espacio para la amistad y para el diálogo. Me apena a menudo pensar la riqueza que se pierden los grupos burbuja, pero tampoco puedo culparlos: es una táctica de supervivencia que funciona a todos los niveles, incluso para medrar socialmente. Los locos, los equivocados, los que nunca encontraremos del todo un espacio en la sociedad de grupos somos los que no tenemos interés por los grupos salvo para observar su funcionamiento. Groucho ya advertía de que no querría estar en un club que lo admitiera a él como miembro. Quizá yo no soy tan radical porque me falta autocrítica, pero no querría estar en un club que sólo admitiera como miembros a gente como yo. Perdónenme, pero menudo coñazo.