En ocasiones, las noticias virales que nos aparecen en redes son una fuente incesante de información sobre la situación actual de la sociedad, y a menudo las leo con ojo de analista aficionada. Hace poco, en una de estas de titular rimbombante destinado al click fácil, encontré la historia de una joven que había pedido al camarero de una conocida cadena de cafeterías que le escribiera algo bonito en el vaso para animarse, porque tenía un examen muy difícil. El camarero no le escribió nada y la chica hizo un vídeo en Tik-tok para quejarse.
Lo cierto es que mi primera reacción fue de indignación: nos hemos creído con derecho a exigirle a un trabajador que haga algo por lo que no le pagan. Cuando era pequeña, había un personaje recurrente de las películas: el niño consentido que lo conseguía todo con una pataleta. Horror. Nos hemos convertido en ese niño y, además, supuestamente somos adultos. Esa chica se creyó con derecho a hacer un vídeo de queja contra un camarero que no hizo algo por lo que no se le contrató, por lo que no se le paga y por lo que probablemente lo despedirán si averiguan quién es, ya que su alarde de «rebeldía» le está dando mala imagen a la empresa. Qué asco.
Lo siguiente que pensé: «qué vida más triste la de la chica, que busca consuelo en un vaso de café y un desconocido». ¿Pero acaso no empieza a ser común que se busque el sostén de los desconocidos más a menudo que de los que de verdad están ahí siempre? ¿Acaso un mundo donde cada vez es más común que la gente tenga trabajos con unas condiciones deplorables, pero en los que es fundamental la puntuación en internet, no favorece el chantaje, por un lado, y que la gente se sienta importante exigiendo una sonrisa, una botella de agua, una frase consoladora en un vaso? Ya he hablado por aquí de que las personas son el nuevo producto, no aquello que producen. Partiendo de esa base, una chica que va a comprar un café quiere su parte de producto en el que exige algo de la persona. Estaba comprando a la persona, no al café. Qué escalofrío.
Diréis: ¿qué trabajo le hubiera costado escribirle algo? Bueno, no sabemos nada de ese trabajador, pero me lo imagino saturado de gente, colas, prisas, horas de trabajo y siropes para el café, incluso quizá con un examen difícil también al salir porque tiene que trabajar y estudiar, es posible que con dos o tres trabajos basura para poder hacer un sueldo y pagar el alquiler o darle de comer a su hijo. ¿Quién sabe? Pero desde luego estoy a favor de ese elocuente vacío que expresa las malditas ganas de fingir que importa el examen de un desconocido que ha venido a gastarse cinco pavos en un café. Siempre a favor del silencio que manifiesta lo ridículos que llegamos a ser en un mundo lleno de ruido.
María Zaragoza | Los Lectores 22/11/2021