Me he preguntado mucho sobre el fenómeno de la horda en internet y cómo ha podido progresar de una forma tan inquietante. Imagino que el hecho de poder desahogar las propias frustraciones de forma anónima contra otras personas, a las que no vemos sufrir en consecuencia, es algo que puede resultar atractivo, pero me sorprende que se dé con tanta facilidad cuando todos nos hemos horrorizado con los grupos de personas que, en las películas, y habitualmente armados con horcas y antorchas, atacaban y destruían aquello que no querían o no podían comprender. Hemos visto ejecuciones sin juicio en filmes del oeste que nos han parecido una barbaridad, hemos visto arder a mujeres inocentes por acusaciones de brujería y hasta hemos sufrido con la criatura creada por Frankenstein y representada por Boris Karloff en el clásico de la Universal. Incluso cuando el grupo tenía razón y el perseguido era un monstruo, un asesino, alguien peligroso, se nos ha erizado el espíritu con esa gente enajenada que buscaba justicia como masa informe y sin raciocinio.
Sin embargo, no nos duelen prendas en señalar públicamente mediante internet las faltas de los demás, señalar quién a nuestro juicio lo está haciendo mal y por qué hay que perseguirlo. Me parece un método de control social muy eficiente, supongo que favorecido por el aplauso que conlleva dar en el clavo con la moral imperante, darse cuenta del error ajeno a tiempo o ser capaz de hacer el chiste humillador definitivo y con más gracia. Cuanta más gente se una a ese grupo que señala, ríe, censura y humilla, mejor, más crecidos. Y, si no se está en ese grupo, mínimo se es un buenista o ingenuo.
Pero puede ser peor: se puede considerar de forma gratuita que se está de parte de aquellos que merecen censura, aunque no sea verdad.
Puede que, simplemente, no se esté a favor del ruido o de dañar de forma pública a alguien por lo que ha dicho, lo que parece que ha dicho, lo que piensa o lo que parece que piensa. Simplemente se puede no estar a favor del bully, del acosador, del matón, del que persigue y humilla a aquel que no es o no piensa como él. La pena es que ese acoso suele ser el resultado de una inseguridad propia, así que debemos estar todos muy inseguros de nosotros mismos a juzgar por el éxito del señalamiento en redes.
También ayuda la dispersión de la responsabilidad cuando se hace daño en grupo. Nadie es totalmente responsable porque lo son todos, y eso ayuda a mantener la conciencia limpia cuando ese acosado, esa persona a la que se ha humillado públicamente se rompe. A veces se rompen, sí, porque son seres humanos, no recortes bidimensionales. No los ha inventado la pantalla. Y me maravilla que, en ocasiones, la respuesta es un «que no se hubiera expuesto», «que no hubiera dicho o hecho esto o lo otro», nunca un examen sincero del dedo propio y señalador.
María Zaragoza | Los Lectores 03/01/2022
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