Esta semana, he reflexionado bastante sobre la suerte que he tenido al conocer en mi camino a ciertas personas que me han hecho sin duda mejor. Mi querido amigo Fernando Marías ha muerto y deja un agujero enorme en las vidas de todos los que lo conocimos. Y sí, tuve mucha suerte al conocerlo porque era de esa gente en la que buscar un reflejo, de esa gente que marca el camino para ser la mejor versión de uno mismo.
Cuanto mayor me hago, más me parece que el primer don es la generosidad. Una persona que es generosa con su tiempo, con su conocimiento y con su creatividad es una persona especial y digna de imitar. Fernando lo era. Siempre estaba ahí para crear algo que tendiese puentes, que hiciera lazos entre las personas; lazos que no pueden romperse ahora que no está. Quería, en un mundo cada vez más individualista, hacer equipo y formar familia. Siempre tenía un hueco para leer a un desconocido, para apoyar a alguien joven, para tomar un café con un amigo, para crear algo mágico que sólo se le hubiese ocurrido a él. Nos embarcaba a todos en aventuras locas. Tampoco dijo no a ninguna locura que se me ocurriera a mí. Hoy, sin ir más lejos, he sentido la tentación de ponerle un mensaje para contarle una y, de repente, me he acordado. Se hubiera reído.
Ese era su segundo don, supongo: la alegría. Nunca permitía que un problema que tuviera pudiese enturbiar una buena conversación. Era egoísta con lo que le preocupaba y, sin embargo, generoso con las soluciones. Siempre había alegría en sus ojos. El brillo, que decía Lola, no se opera.
El tercero era la curiosidad. Siempre he pensado que lo que nos mantiene vivos es la curiosidad, independientemente de cuándo se vaya a cortar el hilo que sostiene el aliento al cuerpo. Fernando ha muerto vivo porque estaba lleno de curiosidad. Curiosidad por absolutamente todo. No había una sola cosa en el mundo que no mereciese unos segundos de su atención. Cómo admiro esa curiosidad y la energía para mantenerla. Supongo que eso, también, hacía que fuese buen escritor. Me parece que de esa faceta hablo menos porque sus libros, sus guiones, su teatro lo sobrevivirán y cualquiera podrá acercarse a su literatura. Hoy, que todavía estoy de duelo, siento como obsceno centrarme en algo que lo sobrevive. Su encanto envolvente, su capacidad hipnótica, su amistad han sido demasiado efímeras.
He sido afortunada, sí. Si pudiera hablar con la niña intransigente que fui, le diría que no se preocupase por nada, que la vida le tendría preparado un destino lleno de amigos increíbles, muy diferentes a ella, que le enseñarían a ser mejor, más tolerante, más empática, más divertida, más inquieta en todos los sentidos, más generosa. Y que eso, al final, es lo que más cuenta: poder admirar a los que se ama. No le hablaría de Fernando. Querría que ella misma se sorprendiera de tanta maravilla.
María Zaragoza | Los Lectores 14/02/2022
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