María Zaragoza | Los Lectores 11/04/2022
 
 
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Una de las cosas que conviene recordar siempre es que los derechos adquiridos y la libertad pueden desaparecer de la mañana a la noche. Poco a poco y sin que nos demos cuenta, a través de pequeñas concesiones que hacemos, o de golpe por culpa de una catástrofe, pero pueden desaparecer. Aquello de que nunca podrán quitarnos la libertad que gritaba en Braveheart un Mel Gibson épico y con la cara azul queda estupendo en pantalla grande, pero siempre me ha producido una remota sensación de tristeza. ¿Cómo que no podrán quitarnos la libertad si apenas sabemos distinguirla de lo que no lo es?

El uso común de las grandes palabras las manosea y abarata. Últimamente se ha puesto de moda llenarse la boca con la palabra «libertad» para aplicarla a cosas ridículas y más bien egoístas. Ser egoísta no es ser libre, por favor, no llevemos a confusión. También la libertad está en la generosidad de hacer más libres a los demás. La libertad no es un quítatetúparaponermeyo. La libertad es el último reducto que nos queda y que no debemos ceder bajo ningún concepto, incluso en las peores circunstancias. Ese algo que es sólo nuestro y que nos define, que nada ni nadie podría cambiar ni a través del miedo. La liberta es íntima y desde ahí crece, se contagia hasta ser colectiva, busca desde lo pequeño lo grande: el bien común.

¿Pero cómo vamos a ser libres si lo primero que vendemos es la intimidad, si lo primero que vendemos es eso sólo nuestro, si no leemos nada de lo que aceptamos al descargarnos una aplicación en el móvil? ¿Acaso toda la información que recopilan no sirve para redirigirnos, para dividirnos, para controlarnos, para que perdamos la perspectiva de la colectividad? Es perverso pensar que nos quitan la perspectiva de lo colectivo dándonos una ilusión de colectividad, de red, pero me parece claro que esa ilusión de red está pensada para el individualismo. ¿Por qué? Porque el individualismo, el egoísmo, consume. Pero ese individualismo está preso porque le hemos concedido el acceso a lo más íntimo a aquellos que lo van a usar para dividirnos. No, la libertad no consiste en poder salir a tomarse una caña: eso es individualidad consumista. No es un problema salir a tomarse una caña, no me malentendáis, no hay nada de malo en ello, pero no tiene nada que ver con la libertad. La libertad no es barata. Se puede echar de menos cuando todo se derrumba, pero no nos hace a nosotros mismos en relación con los demás. Ojalá fuera tan fácil, aunque no logro imaginarme a Mel Gibson a caballo gritando: «nunca nos quitarán el derecho a tomar cañas». Menos épico queda, admitámoslo.

Poco se puede hacer en una sociedad en la que somos menos libres de lo que imaginamos, pero siempre me gusta pensar que la rebeldía está en guardar para uno ese trocito inaccesible e irreductible como cierta aldea gala que, según los cómics, nunca fue romanizada.

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