Hace un momento, en una entrevista a colación de La biblioteca de fuego, he pronunciado las palabras: «todos llevamos dentro un pequeño dictador que pretende que aquellos que amamos sean como nosotros queremos que sean, no como son». A veces, no sé si os pasa a vosotros también, suelto cosas que no reflexiono hasta un rato más tarde, cosas que me salen de dentro con toda naturalidad y que, sin embargo, son inesperadas. Esta es una de ellas y, además, es una que me ha dejado pensando acerca de muchos aspectos de mi vida.
Todos llevamos dentro luchas constantes y que nadie más conoce. Una de las mías, de las principales, es la lucha contra ese pequeño dictador. No creo que tenga razón, y por lo tanto lo hago enmudecer.
A la gente hay que amarla libre, como es, también con aquello que es capaz de acabar con la paciencia de un santo; o eso, o no amarla. Pero no se puede querer a alguien y tratar de controlarlo. Ni siquiera por su bien. Las personas deben cometer sus propios errores. Las personas deben diferenciarse del otro porque su experiencia es distinta. En esa experiencia entran las caídas y el aprendizaje que lleva a levantarse después de cada golpe. Se puede aconsejar, pero no obligar. No se debe juzgar a alguien a quien se ama. No se debe rechazar a alguien a quien se ama por cometer un error o pensar distinto. La persona que se tiene al lado, a quien se quiere, no es un miembro del propio cuerpo. No debe controlarse, no debe disponerse de él. Todo esto lo pienso y lo siento así, lo tengo clarísimo, pero quizá es porque soy consciente del pequeño dictador paternalista que llevo en mi interior y que pretende hacerse con el control, no sólo de mí, sino de aquellos a quienes quiero.
Ese pequeño dictador cree saber en qué están equivocados, cómo vivirían mejor, cree que todo lo que él piensa o siente mejoraría sus vidas. Cree que es por el bien de los demás que tome el control. Por eso hay que mantenerlo a raya. Lo único que es en realidad bueno para los demás es que se les acepte tal y como son, que se les permita equivocarse, que se los quiera libres. Mi pequeño dictador no está contento, pero qué le vamos a hacer.
Como sé que existe, transformo sus ganas de controlar en consejos, no obligaciones. Intento transmitir paz al de enfrente cuando el pequeño dictador quiere guerra. Cada vez que está tentado de mandar a alguien a freír espárragos, lo acallo y me lo pienso dos veces.
Ha sido divertido. Hasta la entrevista de hoy no me lo había imaginado como un personaje, sino como una opción. Ahora sólo veo a un señor chillón y pequeñito que habla mucho con el dedo índice alzado, aleccionando, y puedo visualizarlo entre rejas dentro de mi corazón. Con tres comidas al día, eso sí, pero sin voz ni voto.
María Zaragoza | Los Lectores 25/04/2022
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