María Zaragoza | Los Lectores 19/07/2022
 
 
Vota:
Comparte:
 
 
Ha llegado el verano y con él esas fotos polémicas de famosas en bikini que no son tan perfectas como parecen vestidas. El desfile de barriguitas, michelines, pieles de naranja y celulitis se repite año tras año en fotografías hechas en barcos y playas. A las imágenes suele sucederles un chorreo de insultos y burlas por parte de la gente que las ve. De vez en cuando cae un hombre humillado — esas donde Jason Momoa parecía tener barriguita y lo acusaban de haberse dejado después de separarse de su mujer—, aunque lo común es que pase como con Leonardo DiCaprio, para el que se acuñó el término «fofisano» con el fin de hacerlo deseable incluso en unas imágenes nada glamourosas robadas en sus vacaciones. Ya sabemos todos que los hombres pueden engordar y seguir sanos y deseables, pero las mujeres no.

Más allá de la evidente misoginia, me pregunto qué puede llevar a gente que jamás tendrá el aspecto que tienen todos estos famosos en sus peores momentos se regodee en insultarlos cuando les ve un michelín. Supongo que el hecho de saber que también son humanos a pesar del éxito, la fama o el dinero, compensa cierta insatisfacción con la propia vida. Sí, está en un yate, pero tiene piel de naranja (risas enlatadas). Esta parte podría entenderla, estoy aprendiendo a distinguir las mecánicas de la envidia insana, lo que no puedo entender bajo ningún concepto es qué oscura necesidad podría satisfacer el ir a las redes del famoso en cuestión a decirle que no tiene derecho a tener machas o celulitis. Una parte de mí cortocircuita. A mi modo de ver es como ir por la calle y gritarle a una desconocida que cruza un paso de cebra que está gorda, lo que, aparte de ser de un mal gusto que no hace falta describir, es de mala educación. Peor: es como tocarle el timbre de su casa a esa desconocida para decírselo.

Me imagino, y sólo especulo porque no me cabe en la cabeza, que la gente que lo hace siente como una traición que el éxito, el dinero y la fama —cosas que envidian— no traigan también una suerte de perfección de serie, una varita mágica de hada madrina que las convierta en bellezas maniquí. O quizá la traición, en el caso de los hombres, esté en que no sean mujeres bidimensionales sin mácula, como las que imaginan en sus fantasías. Que una mujer con la que uno fantasea tenga una verruga o pelos en las piernas es algo que no pueden perdonar.

Hace unos días se criticó duramente a Florence Pugh por llevar un vestido de tul que dejaba ver sus pechos. Ella se preguntó por qué nuestras tetas resultan tan amenazantes. Yo creo que, más allá de ese asunto, la gente la insultó sencillamente porque no eran las tetas que esperaban. Mientras no las vieron, podían imaginar unas de catálogo y resulta que las de la actriz no son de catálogo. Qué terrible traición.

También te puede interesar