Por una serie de cosas que me han pasado en los últimos meses, desde que tengo menos tiempo, he acabado reflexionando sobre cuál es la base principal sobre la que intento fundamentar mis actos. Antes pensaba que era «no hacer daño». Por desgracia, estas circunstancias extraordinarias que estoy viviendo han hecho que me dé cuenta de que cualquier esfuerzo en ese sentido es un esfuerzo inútil: siempre se hace daño a alguien en algún momento. Entonces, ¿qué es lo que me mueve? Me he percatado de que lo que intento es siempre molestar lo menos posible a no ser que molestar sea el objetivo.
En estos momentos en los que rara vez tengo una hora entera para hablar con alguien; en los que quedo mal con todo el mundo cuando digo que voy a ir a un sitio y finalmente no puedo ver a nadie si no me vienen a ver a mí; en los que, si tengo el momento, rara vez no estoy cansada y poco locuaz, se ha puesto de manifiesto mi empeño por no molestar hasta el punto de que se ha hecho incompatible con no hacer daño.
Habitualmente he tenido mucho tiempo y energía para regalar. Sin embargo, este año voy a un ritmo que no me lo permite. Estoy en tantas cosas que a menudo olvido algunas importantes. He llegado a olvidar qué había dicho o hecho, que había leído un mail, que debía contestar un mensaje urgente. Lo lógico sería pedir que lo entendieran y, si llegara el caso, hicieran un esfuerzo. Pero no quiero que nadie se esfuerce por mí porque lo primero es no molestar salvo en caso de huelga o manifestación en defensa de derechos fundamentales. Lo primero es no molestar salvo en caso de que me hagan comulgar con ruedas de molino. Lo primero es no molestar a no ser que sea el objetivo intelectual, por ejemplo. Pero a los que se quiere o se valora, no. El problema es que ese empeño en no molestar acaba por hacer daño a los que no se sienten valorados o interpretan mi cambio de estado vital de formas que no comprendo muy bien. No hacer daño debería ser un objetivo fundamental, pero qué trabajo tan inútil. Incluso cuando se pone todo el empeño, suele ser un fracaso.
Por otro lado, ¿no merecería la pena que lo intentásemos? ¿No sería más interesante un mundo en el que cada uno hiciera un pequeño esfuerzo por no dañar? ¿Por no tomar revanchas, venganzas, por no hacer chantajes emocionales ni lanzar indirectas, por no cargar a los demás con nuestras propias dinámicas tóxicas? ¿No sería un lujo que fracasásemos juntos pero hiciéramos el intento? ¿No sería maravilloso que dejásemos de proyectar en el resto la responsabilidad de nuestros fracasos o nuestra frustración? ¿No sería estupendo que nos levantásemos intentando no dañar aunque supiéramos que es inútil? ¿No estaría fenomenal que consiguiera cambiar el «no molestar» por «no hacer daño» aunque sólo fuese de vez en cuando?
María Zaragoza | Los Lectores 24/10/2022
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