He estado hablando mucho de lo turbio que resulta que, cada vez más, se esté diluyendo el concepto de ficción. Imagino que el hecho de que todo el mundo tenga un escaparate para contar su vida y milagros y, desde luego, ficcionar acerca de ello en redes sociales, empuja a creer que todo lo que cuenta alguien en una ficción tiene una parte de realidad.
Esto lleva a confusiones que, más que graciosas, aterran un poco, como que se crea que Nabokov pretendía defender la pederastia con Lolita. No voy a pedir que la gente se haya leído la obra de Nabokov para saber que su especialidad era, precisamente, escribir desde la piel de personas moralmente cuestionables que poco o nada tenían que ver con su propia vida, pero me inquieta quien puede hacer un juicio de valor como que Nabokov escribió Lolita para justificar la pederastia, porque resulta evidente que o no se ha leído el libro o lo ha leído mal. Quizá esto último suene un poco a aquel labriego de Amanece que no es poco que quería ser intelectual para no estropear los libros, pero cualquiera que haya leído con un mínimo de atención Lolita se percatará de que lo que piensa el autor sobre estos monstruos queda claro cuando el protagonista se ve reflejado en otro pederasta y no lo puede soportar. Y no, Lolita tampoco es la historia de una niña perversa que maneja a su antojo a un adulto, no juzguemos el libro por la cartelería de una película de Kubrick.
Por si las dudas, Nabokov no sólo no era pederasta, sino que hay por internet un vídeo de una entrevista en el que se puede comprobar el cabreo que tenía el pobre hombre a causa de que hubiesen convertido a su pobre Lolita, inocente, en una niña perversa. Esto, por si las dudas, fue algo que ocurrió por pura misoginia. El imaginario estaba acostumbrado a la mujer fatal, y al ver al protagonista desesperado, identificaron a la niña con ese patrón sin tener en cuenta que era precisamente una niña, una víctima de un depredador que sólo se justificaba a él mismo como, por otro lado, hacen todos los depredadores. La mujer, aunque tuviera doce años, tenía que ser perversa. Eso sí que es perverso, ¡pardiez!
El caso es que identificar al autor con la obra es tan peligroso como que, por esa regla de tres, George R.R. Martin sería una especie de sádico medieval por haber escrito Canción de hielo y fuego (Juego de tronos) o Thomas Harris un caníbal por haber ideado a nuestro exquisito y letal Hannibal Lecter.
Supongo que en un mundo en el que la mentira de nuestras vidas en red se hace pasar por verdad a diario, resulta confuso el concepto de ficción pura. Si mentimos en internet como si pecásemos —por pensamiento, palabra, obra u omisión—, ¿cómo vamos a asumir que hay una mentira más profunda y elaborada y que, paradójicamente, puede terminar diciendo la verdad?
María Zaragoza | Los Lectores 07/11/2022
También te puede interesar