María Zaragoza | Los Lectores 27/02/2023
 
 
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Debía tener unos diecinueve años cuando expulsaron a el Yoyas de Gran Hermano. Se supone que el cerebro no termina de madurar hasta pasados los veinte, pero incluso así, aquel tipo ya me pareció espantoso. Sí, me acuerdo de cuando el Yoyas era el simpático de la historia y se lo había expulsado injustamente, porque discutí algo sobre ello. Me callé bastante más de lo que me hubiera gustado, por supuesto, porque a mí me parecía que esa actitud no era de recibo y al resto le daba la sensación de que estaba de cachondeo. Expulsar al Yoyas por amenazar a la gente en directo por televisión o tener una actitud tiránica con su novia era censura. Me llegaron incluso a acusar de clasista porque no comprendía que la gente «de la calle» tenía esa forma de comportarse. Sinceramente, quiero pensar que la gente corriente no reproduce ese tipo de actitudes violentas como norma. Soy de familia obrera y no, no me parece habitual.

Para colmo de males, Fayna Bethencourt, la que era su novia, se fue con él esgrimiendo que no se había sentido agredida, y quién era el programa para decidir que sí lo era. Por desgracia para ella, por una vez, la televisión dio un ejemplo de clarividencia: por supuesto que la víctima de la violencia ve con menos claridad su propia agresión que el observador.

Sin embargo, el Yoyas siguió rentabilizando su expulsión en ciertos programas e incluso fue candidato a unas elecciones. Era fresco, no se mordía la lengua, daba espectáculo. Mientras tanto, su primero novia y después esposa, vivía un infierno que nos ha relatado estos días en un conocido programa, porque dice tener miedo por ella y por sus hijos. El majete Yoyas, que representaba el lenguaje de la calle y que la hizo creer que la mataría, está huido de la justicia.

Me da la sensación de que, a estas alturas, muchas cosas han cambiado para mejor. La mayor parte de la gente que entonces defendió a aquel tipo que pedía con chulería que le hicieran un colacao hoy no diría en voz alta lo que dijo entonces. Sin embargo, hay quien piensa todavía que Fayna no merece ni credibilidad ni respeto por haber recurrido a la tele, y eso es preocupante.

No creo que sea fácil contar en televisión algo así, y pienso que quien se atreve lo hace por miedo, por prevención, por si sirve a otras mujeres que pudieran vivir algo semejante o, lo peor, para que quede constancia si le pasa algo. Asumo pues, que quien anda diciendo que ella no estará sufriendo tanto cuando sale por la pantalla, lo que hace es no atreverse a decir en voz alta que sigue de parte del majete, del cachondo, del divertido Yoyas y de su violenta actitud, que pobrecito que lo echaron de la tele, a la que él sí tenía derecho para hacerse famoso y ella no para denunciar. No se atreven a decirlo, no, pero lo piensan.

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