manchainformacion.com | Salud & Farmacia 14/10/2020
 
 
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Chuches en niños, ¿dónde está el equilibrio? Aquí se nos presenta un debate muy interesante. Vamos a recrear por un momento en nuestra mente cómo nos sentimos los adultos ante esos productos. Supongamos que entramos en una tienda de chucherías en la que contamos con estímulos visuales (colores llamativos y muy intensos), olfativos (que nos generan sensación de bienestar o tal vez nos transporten inmediatamente a nuestra infancia) e incluso sonidos (el placer que nos genera oír las chucherías en esas bolsas de plástico), entre otros.

Si probamos el producto, la sensación de euforia y bienestar es automática a nivel del paladar y el subidón de azúcar en sangre es tan intenso, inmediato, y poco duradero que necesitamos consumir más y más para mantener ese estado, como consecuencia del pico de glucemia que se genera en nuestro organismo.

La composición de estos alimentos nos perjudicará o no dependiendo de la frecuencia con la que se consuman, ya que intervienen muchos factores que nos llevan a elegir un alimento u otro. No sólo comemos por supervivencia también comemos por placer.

Un adulto racional, si está bien informado, puede decidir que alimentos van a formar parte de su día a día y cuales tomará con menor frecuencia según qué le aportan. Para llegar a ese estado se debe llevar a cabo un trabajo de educación nutricional. Pero ¿qué sucede con los más pequeños?

Chucherías y niños van de la mano. Estos productos tienen otro papel en la vida de los más pequeños. Por una parte, a nivel social, hemos relacionado el consumo de estas pequeñas bombas de azúcar con la edad infantil. Por otra parte, a nivel bioquímico, los receptores sensoriales del dulce en los niños son más sensibles que en los adultos. ¿Qué quiere decir esto? Que a ellos les genera esa hiperestimulación sensorial pero multiplicado por mil en comparación con los adultos. Si a eso le sumamos la hiperactividad que generan los picos de glucemia en sangre y la incapacidad para tomar decisiones racionales por parte de este colectivo, existe un posible riesgo para su salud a largo plazo.

Y aquí es donde interviene la figura del adulto. Si dejamos de normalizar el consumo de azúcar en niños y estamos bien informados podremos ser sus guías y permitirles comer de todo con sentido común. No soy partidaria de prohibir las chucherías en los niños pero sí de transmitirles un buen mensaje. Por ejemplo, psicológica y conductualmente hablando esa asociación que creamos inconscientemente de chuches-premio puede llegar hasta la vida del adulto dando la cara por algún lado. Estas conductas suelen desarrollarse en los adultos en forma de hambre emocional o ansiedad.

Es muy común presenciar conductas infantiles de “adicción” al azúcar y a este tipo de productos y como adultos, inconscientemente, apoyarlas bajo la frase `”es que son niños, cómo no van a tomar chucherías”, “es que me lo pide, cómo le voy a decir que no”. ¡Por supuesto! Igual que los adultos. Los extremos no son buenos, sólo hay que disminuir la frecuencia de consumo al máximo posible.

Si además les vamos explicando el porqué de todo lo que les recomendamos nos lo agradecerán.


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