Decía Antonio Gala que el amor debía ser una amistad con momentos eróticos (parafraseo). Lo que más me interesa es, sin duda, lo de la amistad. Valoro muchísimo la amistad y creo que en ella está, en gran parte, el trabajo de toda una vida. Las amistades que sobreviven al tiempo, que a pesar de la distancia y de todos los obstáculos vuelven a ser como el primer día cuando existe el reencuentro, al final son las que salvan y sanan. Soy una persona afortunada en ese sentido. Lo cierto y verdad es que me enamoro de todos y cada uno de mis amigos. Vivo ese tipo de enamoramiento en el que se tolera todo tipo de defectos y en el que es verdaderamente fácil que se aprovechen de uno. Por eso vivo verdaderos lutos cuando se me cae la venda de los ojos y descubro la disparidad en algunas de esas relaciones. Es un desamor brutal. Peor lo he pasado por grandes decepciones de amistad que por rupturas de pareja. Los lutos han sido más largos y, de hecho, en muchos casos nunca terminan de cerrar las heridas.
Algo me ha preparado para estar alerta con las parejas tóxicas, pero nunca me ha alertado eso mismo sobre los amigos que sólo están a mi lado para conseguir cosas, que se comportan de forma caprichosa y egoísta, que consideran lícito castigarme de forma aleatoria con estrategias de amante adolescente, que no escuchan, que no están ahí cuando de verdad los necesito, que son posesivos, que tratan de fiscalizar mi vida, que confunden mi tolerancia con estupidez y un largo etcétera. Me pregunto por qué y llego a la conclusión espantosa de que la sociedad neoliberal ha empezado a empujar a la gente a un comportamiento que juega en contra de las amistades sanas, desinteresadas y en equilibrio. Si se empiezan a valorar las relaciones por aquello que nos puedan aportar, y todo lo que se valora hoy en día es material, todo lo que se valorará en el futuro de lo que aporte una relación tendrá que ver con lo material. Es casi una regla de tres terrorífica. Hemos avanzado muchísimo en las alertas sobre relaciones de pareja abusivas y, sin embargo, en las relaciones de amistad, que a menudo sostienen el tejido que evita la soledad no deseada, hemos retrocedido grandes pasos. Nadie avisa sobre la falta de reciprocidad en ese sentido.
Ya he dicho que tengo buenísimos amigos, que muchas veces no me entienden, pero me quieren igual. Quizá por eso me resulta tan doloroso cuando soy consciente de que arrastro una relación abusiva. No sé enfrentarme a ello. No tengo las herramientas de una era en la que hasta la forma de ligar es por catálogo en el móvil. Ojalá tuviera la sangre fría de pasar la pantalla con el dedo, pero no sé hacerlo. No sé hacerlo con nada en realidad. Quizá sea eso un signo de que envejezco. Puede que, incluso, de que envejezco mal.