Cada vez que alguien me dice «no paras», hay algo en mí que se revuelve. No me importa la intención con la que me lo digan, suele ser admirativa, pero el no parar, para mí, no es tanto algo que tomar de referencia como algo parecido a un castigo o una obligación.
Siempre he llevado mal los castigos, las obligaciones y las cosas que no consiguen captar mi interés, supongo que como todo el mundo. También defiendo fervorosamente el derecho a la contemplación, al descanso, a la lentitud, a la belleza de no hacer absolutamente nada. Para mi desgracia, soy una persona llena de contradicciones y, lo primero de todo, me siento obligada a cosas que otro mandaría a freír espárragos y con malas pulgas. Quizá algún día empiece, por aquello de estar ya un pelín harta.
A veces me dan ganas de hacer un libro sobre humillaciones a las que nos vemos sometidos los escritores, que son constantes por cierto, pero me doy cuenta de que a nadie le interesaría salvo a los propios escritores, y quizá tampoco. La cantidad de veces que te «invitan» a presentar tu libro o a una feria, esperando que te presentes allí por arte de magia ya que no han pensado ni en alojarte ni en cómo vas a llegar (¿tren?, ¿bus?, ¿avión?, ¿teletransporte?) es ingente. La cantidad de cosas que te piden que escribas gratis, ni os cuento. ¿Y leer? Tengo tantos manuscritos de otros pendientes que no sé ni por dónde empezar, y, sinceramente, sólo de pensarlo se me quitan las ganas.
¿Sabéis cuántas veces te llevan a un instituto a que des una charla y te das cuenta de que nadie ha informado a los chavales de quién eres y de empujarlos a leerse algo tuyo ni hablamos? A veces incluso te llaman «animador a la lectura» porque el profesor que te ha llevado tampoco sabe quién eres y, además, no se corta en decirte a la cara que en principio querían otro autor, pero no estaba disponible.
Por lo que sea, me sigo metiendo en esas cosas, con lo feliz que estaría yo en el sofá de mi casa en pijama viendo Se ha escrito un crimen, sin disgustos absurdos y sin gastarme dinero en viajes por haber dicho que sí a algo pensando que por lo menos me iban a pagar el tren, cuando ni se han molestado. Parece que, si nos dedicamos a aquello que amamos, tenemos que estar dispuestos a emplear nuestro tiempo y nuestro dinero en cosas que ni nos van ni nos vienen y que, aunque nos digan que sí, en realidad no nos aportan nada.
No paro, pero ya me gustaría no parar únicamente con las cosas que me aportan algo o que, al menos, elijo yo, y que ya son, a veces, muchas más de las que en un momento dado puedo asumir. Las otras, casi siempre, por obligarme a sonreír y ser educada, me van enfermando por dentro no sabéis cómo.







































































