Hablemos de las cosas para mujeres pensadas por hombres. Hace unos días, en plena ola de calor, estábamos tomando algo muy frío para reanimarnos en un bar, cuando tuve que ir al baño. Bajé unas escaleras para llegar y, cuando me fui a meter en el cubículo, me di cuenta de que, si quería cerrar la puerta y sentarme, no podía hacerlo.
Habíamos comido tarde por culpa del trabajo, y nos habían pillado las peores horas de calor en la calle, así que pensé que, quizá, mi desconcierto se debía a que se me había frito alguna neurona en el cerebro con la llegada del verano. Salí. El baño tenía dos cubículos separados, así que pasé al otro y mismo problema. Si una entraba como una persona normal en el baño y se giraba para cerrar, era del todo imposible darse la vuelta de nuevo para sentarse, o siquiera agacharse levemente sobre la taza. La disposición de la taza, la puerta y el dispensador de papel con respecto a las paredes lo hacían del todo imposible.
Así que, sí, para mi perplejidad, tuve que abrir la puerta y bajarme los pantalones con la puerta abierta, ponerme en posición, contorsionarme, cerrar, y después, para poder subirme los pantalones, abrir la puerta, salir del cubículo y vestirme. Mi conclusión: la única forma de hacer pis en ese baño era hacerlo de pie derecho y, cómo no, con un pene en la mano. Hasta los servicios portátiles están mejor pensados.
Subí bastante indignada las escaleras y me quejé de los cuartos de baño para mujeres construidos por hombres. Iba con dos de ellos, así que por supuesto excusaron a aquellos otros hombres de inmediato, porque los hombres entre ellos se tapan, aunque sean desconocidos. «Será una cuestión de espacio». Obviamente no, porque los cubículos eran diminutos, pero estaban situados en una habitación muchísimo más amplia con lavabos gemelos. Un espacio totalmente desaprovechado e inútil que bien podría haber ampliado el cubículo. Pero incluso siendo el espacio el mismo, poniendo la taza y el dispensador de papel en otro ángulo con respecto a la puerta, habría funcionado. Sencillamente no pensaron en que alguien pudiera necesitar sentarse y les dio igual. Si yo, que no soy obesa, ni mayor, ni llevo una muleta, ni estoy embarazada, ni mido un metro ochenta, tuve que hacer poco menos que un tetris para entrar, cualquier persona con esas características lo habría tenido imposible. Ni siquiera hubiese podido hacer el truco de entrar y salir con los pantalones bajados. Han pasado semanas y sigo cabreada, no os digo más.
Esto me ha hecho reflexionar sobre la cantidad de cosas que usamos las mujeres y que en realidad están pensadas por hombres que aparentemente no tienen ni idea de cómo es nuestra anatomía, porque, si no, que alguien me explique por qué el refuerzo de las bragas está tan mal puesto, sin ir más lejos.
Me pregunto si algún día lo masculino dejará de ser considerado lo universal y la medida de todas las cosas, porque estoy bastante harta.