Cargando...Quizá algún día se estudie el fenómeno que se ha dado desde que existen las redes sociales y que transforma a las personas en aquel personaje que han elegido ser en ellas. Cuando las redes comenzaron, fue de manera muy inocente. La gente colgaba y compartía sus vídeos, sus músicas, sus fotos y sus reflexiones, y no había una pretensión. Casi se hacía como si nadie estuviera mirando, por lo que la gente podía no posar, estar despeinado, tener los ojos rojos o escribir algo borracho, y no pasaba nada. No recuerdo el momento en el que aquello empezó a tener consecuencias; no sé cuándo las personas empezaron a saber que lo que colgaban lo veía más gente y que, por lo tanto, daba una imagen.
Aquella fase fue interesante, porque la gente comenzó a crear al personaje que querían que la gente viese. Unos se decantaban por un tema cultural, espiritual o buenista. Otros por la polémica o el sarcasmo. Sin embargo, todavía en aquel momento uno podía ser una cosa en la vida y otra en la red. Siempre pensé que la normalización sería que las personas ocuparían el espacio de los personajes, y que todo se volvería cada vez más natural. Sin embargo, poco a poco y sin previo aviso, a la misma velocidad que Twitter se convertía en un lugar para enfadarse y los filtros transformaban las caras en IG, se dio el proceso contrario. Sin prisa, mucha gente empezó a transformarse en el personaje que tenían en redes también en sus vidas, lo que siempre me pareció muy desconcertante.
Mi primera señal de alarma fue cuando observé a personas dar de lado a amigos de siempre por las cosas que decían en twitter. Me preguntaba cómo era posible, si compartían intimidad y recuerdos, que primase lo que se proyectaba en un espacio artificial antes que lo que sabían de ellos tomando un café. Pero ese fenómeno fue a más y no ha parado todavía. Supongo que es como esas cosas que se dicen en los cursos de emprendedores y autoayuda: «vístete para el trabajo que quieres conseguir». Eso siempre me ha parecido una estupidez, pero quizá en redes la gente no es quien es, sino quien quiere ser; o al menos quien quiere que los demás crean que es. Poco a poco, los hombres —la humanidad— se acostumbran tanto a llevar una máscara que no son capaces de distinguirla de su propio rostro. Un hombre se transforma en su máscara a base de llevarla puesta.
Quizá por eso también la gente cree que basta con alinearse en redes sociales con todo lo que creen correcto, aunque muchas de esas cosas no las apoyarían en la vida real ni harían nada por ellas. O, incluso, se dejan convencer por grupos de opinión que sólo confirman sus sesgos. Menos mal que, al menos, de vez en cuando también sirven para movilizar el activismo en el mundo verdadero. Menos mal que, de vez en cuando, revientan las máscaras.
