Creo nunca hago propósitos de año nuevo porque me sienta muy mal no cumplir las cosas que prometo a los demás, o incluso a mí misma. Trato de no prometer cosas que no sé si voy a poder cumplir. No siempre sale bien, pero se intenta. En el caso de la vida, o de mi vida para ser exactos, pocas cosas me puedo prometer que sepa que voy a poder cumplir con puntualidad. Al final, lo mejor —o así lo he decidido— es permitir que el caminar por el mundo me sorprenda. Cuando me propongo algo que creo que puedo cumplir, es una decisión lo bastante importante como para que no espere a que recapitule cómo me han ido las cosas los doce meses anteriores: me pongo a ello o no me pongo. Si tomo una decisión de semejante calado, retenerla o ponerla en una lista podría hacer que dejase de tener ganas de hacerlo o simplemente lo olvidara. Vivir sumida en un caos absoluto con pequeñas islas de calma y afianzadas es lo que tiene: sí, es emocionante, pero no debes dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, ahora, ya.
Me he construido una vida así. Eso me hace reflexionar bastante sobre lo que se supone que debemos desear, lo que nos venden como «normal», lo que se supone que debe ser. Mi conclusión es que nadie tiene derecho a decirle a otro cómo debe vivir, qué debe querer, cómo tienen que ser sus cosas. Si yo he conseguido construir una vida con los trozos que nadie pensaría que deben ser, ¿quién puedo ser yo para juzgar cómo deben construírsela los demás? Y mi vida me gusta tal y como es, incluso con sus aristas, sus desavenencias, aquello que no termina de funcionar. Supongo que estoy orgullosa porque la he hecho yo.
Quizá, si fuese capaz de llevar una vida medio ordenada, me propondría para este año llevar una vida más ordenada todavía, pero no es el caso. Quizá lo único que me propongo, y no lo hago en especial a finales de año, es tratar de parecerme lo máximo posible a lo que quiero hacer de mí misma, a lo que me hace sentir orgullosa cuando lo veo en los otros. A final de año sólo repaso si ha sido un año bueno, malo o regular, y espero siempre que el siguiente mejore su apuesta. Este en concreto va a ser difícil, pero dejaré que me sorprenda como dejo, desde hace muchos años, que lo haga. En el fondo, intentar controlar la vida no trae más que complicaciones. Podemos ordenar y controlar un número limitadísimo de cosas. Quizá, lo único, a nosotros mismos.
Recuerdo que hace años un pintor me dijo que no tenía tiempo para ser buena persona porque dedicaba todo su esfuerzo a ser pintor. Yo le dije que mejor se ocupase de intentar ser buena persona, porque de ser un imbécil siempre tiene uno tiempo y, lamentablemente, no todos los imbéciles pueden ser Picasso.