De todas las personas que existen en el mundo, quizá las que más me sorprenden son aquellas cuya dedicación principal es actuar preventivamente contra el posible ego futuro del resto. Esos seres humanos que pasan gran parte de su existencia dedicados a humillar a otros que puede que tengan más talento, más éxito o, posiblemente, más suerte, «por si se les sube a la cabeza», y que hacen de ello una especie de cruzada vital incuestionable. Son los grandes defensores de la humildad ajena, ya sea ese ajeno conocido o desconocido.
Los reconoceréis fácilmente porque son aquellos que pasan por las fotos de redes sociales de las actrices y cantantes diciéndoles que se les ve un michelín o una pata de gallo, o que en el último concierto desafinaron, o que su última película es basura. En el caso de los escritores, mandan mensajes críticos de su último libro que muchas veces no han leído. A mí una vez me tocó uno que me dijo que mi última novela era superficial y decepcionante y que no la pensaba leer, que lo había deducido al oírme hablar. Pues vale. Siempre me he preguntado qué impulsa a un desconocido a hacer ese tipo de valoraciones, muchas veces infundadas y gratuitas, a otra persona. Sobre todo me sorprende cuando usan un tono confidencial, como si fueran amigos, como si lo hicieran por el bien de aquel a quien están machacando. Mi única conclusión posible es que lo hacen de verdad por el bien del otro, no vaya a ser que se lo crea, no vaya a ser que desarrolle unos humos y un aire de superioridad que no tiene todavía. De alguna forma —retorcida, sí—, demuestran interés.
Estos personajes que eligen de forma aleatoria a quién proteger de su propio ego tienen una variante de proximidad: el amigo o familiar bienintencionado al que de verdad importa que el ego de la persona querida no se marque una carrera al estrellato. Son esas personas que te quieren de verdad, y por eso señalan aquello que más daño te hace cada vez que te ven. Aquellos que tienen la información suficiente como para tener claro con qué herir cuando el amigo, el hermano, el hijo ha tenido un éxito, no sea que se pierda en su propia autocomplacencia. Esas personas queridas de las que jamás se consigue aprobación han hecho mucho por la humanidad, no lo olvidemos: han conseguido que mucha gente genial mantenga los pies en el suelo cuando conseguían cosas con su esfuerzo y su inteligencia. También habrán conseguido hundir a otros menos fuertes y que podrían haber llegado a algo, pero una cosa por la otra. Mantienen la fuerza en equilibrio, ¿no?
Qué bonito sería que la gente se pensase un poquito más qué dice, a quién se lo dice, qué consecuencias podría tener y, sobre todo, si querrían recibir el mismo trato. Esto último, me parece a mí, es lo más importante para saber si podríamos estar haciendo un daño irreparable.