Últimamente, el tema de la autoexplotación me tiene preocupada. Me pregunto cómo nos hemos dejado convencer de que la vida sea para trabajar y no al contrario. En algún momento hemos pasado a estar obligados moralmente a la plena disponibilidad, al no parar. En el caso de no hacerlo, nos sentimos mal, como si estuviéramos cometiendo un irreparable error.
Esto no se reduce, por desgracia al trabajo alimenticio. Aunque bien es cierto que, cuanto más nos apasiona lo que hacemos, más nos sentimos en esa obligación de no desconectar que tanto me inquieta en los últimos tiempos, esta dinámica de inercia malévola hiperactiva no se adscribe únicamente a la oficina, al grupo de chat del curro en el que el jefe escribe el día de descanso, al correo electrónico que uno responde después de cenar o a facturar en domingo, no, es mucho peor: por alguna extraña razón también nos autoexplotamos en el ocio.
Hace no mucho, una colega me confesó que no recordaba la última vez que había estado haciendo una sola cosa al mismo tiempo —escuchar música, ver una película o serie, leer un libro— sin sentir que estaba perdiendo el tiempo. Es decir, que las actividades que también nos sanan y nos relajan, deben de hacerse como mínimo de dos en dos. No me extraña que estemos en la época álgida del estrés y de la ansiedad si no somos capaces de disfrutar de un libro sin mirar el móvil o de ver una serie sin contestar al mismo tiempo un mensaje. Por desgracia, no sólo para nuestra salud mental, esto también repercute en la calidad de las obras destinadas al ocio, pues deben estar diseñadas a medida de una prisa que haga que no se pierda el interés, o bien contando con que el público objetivo pueda estar al mismo tiempo mirando twitter en el teléfono. La simplificación de mensajes o la multiplicidad de estímulos son un resultado casi lógico, qué le vamos a hacer.
Entiendo que hay gente que disfruta del agobio, de la prisa, del multitasking, y es estupendo, pero convertir en norma lo que debería ser opcional no creo que venga bien a nadie. Vivir así en los últimos meses me ha generado una sensación confusa de que la vida me pasaba por encima, con resultado de lesión en el trapecio incluida. Ha sido un susto, la verdad, a pesar de que no es grave sí es aparatoso, y me ha obligado a frenar.
Quizá, en el fondo, mi cuerpo trataba de recordarme mi propia máxima al respecto: nunca ir a un ritmo que no sea el mío propio, disfrutar de cada cosa mientras sucede, descansar todo lo posible para poder estar al máximo, con los sentidos bien abiertos, viva. Quiero estar viva y sujeta a un presente en el que las cosas que ocurran las sienta con todo mi cuerpo, y no lamente después el haber estado en un lugar interesante, haciendo algo interesante con gente interesante sin, siquiera, haberme dado cuenta.