La libertad, muy conocida y utilizada hoy como derecho de la autonomía individual, tuvo su principal auge en la época revolucionaria del país vecino, y que el trascurso del tiempo la ha ido depositando en la esfera de los derechos fundamentales, entendidos éstos como los derechos que pertenecen a todos los ciudadanos y que gozan de reconocimiento y garantía.
La libertad de expresión tiene como base y fundamento la existencia de la opinión pública, como mecanismo necesario para el funcionamiento del engranaje democrático, lo que supone en sí mismo un propio derecho autónomo, y no una mera subdivisión del derecho a la libertad. De forma que, un ataque como el que han sufrido las víctimas del periódico Charlie Hebdo no es un atentado al derecho individual de cada víctima, sino que es un ataque al conjunto de la sociedad democrática.
El derecho a la libertad de expresión y a la información contiene a su vez otros valores muy positivos para la convivencia democrática, como son los relativos a la expresión y divulgación de la verdad en el flujo libre, siempre en contraste con otras ideas, pero en el ejercicio pleno del desarrollo de la personalidad. Lo que supone un fundamento básico del despliegue democrático de nuestra sociedad.
Y es ahí donde reside la ausencia de justificación en el acto terrorista, porque el ideario que lidera a los autores del terror no permite la convivencia democrática, exigiendo implantar con sus “métodos” el silencio en la verdad y en la opinión, con imposición de su terror.
Eso es lo que no deben de conseguir: que Europa y la democracia sucumban al terror y al miedo para acallar la verdad y la opinión que fundamentan nuestras sociedades, sino que el imperio de la ley deberá de ser el mecanismo de normalidad para que la libertad de expresión continúe el desarrollo libre de nuestra sociedad.