Sancho – ¿Ha decidido ya a quien votará este domingo, mi señor?
Don Quijote – ¡Oh! Sin duda, mi querido Sancho.
S – ¿Puede saberse a quien?
Q – Antes que a quien, preguntémonos por qué. Saca ese pan y ese vino que llevas en las alforjas y sentémonos a los pies de estos gigantes, que buena paliza me acaban de dar.
S – Ya le dije que no eran gigantes, sino molinos de viento, mi señor. ¡Y que nada había que hacer contra ellos! Mas no puede confundir vuestra merced los burdos engaños con la realidad, que de eso saben algunos por aquí.
Q – Ocultar la realidad con artimañas… Eso me recuerda a alguien de esta hermosa ciudad que tenemos delante.
S – ¡La cuna de don Miguel de Cervantes!
Q – Y no hacen honor a tal sus gobernantes. ¿Sabías, mi querido Sancho, que hay un joven, con mente de viejo, que se hace llamar Diego Ortega, alcalde, y es manipulado por un botarate que le permitió sentarse donde se sienta por cuatro monedas? ¿Sabías, mi buen amigo Sancho, que ese mismo joven con mente de viejo tiene un amigo que amenazó con llegar a las manos mezquinamente contra todos sus vecinos?
S – ¡Pero qué dice vuestra merced!
Q – Lo que oyes, mi fiel amigo Sancho. Esta ciudad, que otrora fue las delicias de nuestra Mancha, su corazón vivo y productivo, la vanguardia del progreso… Hoy es una ciudad más gris, más tensa, más pobre. El agua ya no es de todos. Sus gentes no encuentran trabajo. Los leídos se marchan a otros lares donde prosperar, y los que no tienen importante hacienda que les mantengan trabajan, los que pueden, cual animales en condiciones terribles. Son muchos los servicios perdidos y entregados a grandes Señores para que hagan negocio con ellos.
S – ¿¡Pero como es eso posible, mi señor!?
Q – Ese alcalde, un gobernante triste y conformista. Su cómplice, personalista e interesado que parece desconocer su pasado, Ángel Montealegre se llama. Y un equipo de gobierno que hace de todo menos trabajar por su ciudad y su gente. La realidad, amigo Sancho, es la que el corazón nos dice, y con ella por delante apreciaremos la verdad. Las simplezas nos engañan y entretienen, y estos cuatro años de atrás bien parecen entender de esto que hablamos. Vela por tu alma, por la mía, Sancho, y por la de nuestros vecinos, porque esta tierra ha estado embrujada y más nos valdría tener cuidado de ello. Más nos valdría empezar a cambiar esta triste realidad. Y qué mejor que empezar este mismo domingo, en aquello que llaman urnas electorales.
S – Pero, ¿y cuál es la solución, mi Señor?
Q – Entre esos que se hacen llamar gobernantes, y aquellos otros que aspiran a ello sin saber muy bien el porqué, destaca una mujer, llamada Rosa Melchor y que bien se parece a mi Dulcinea, con ansias de dejar atrás este periodo oscuro. Con ideas e ideales que pueden convertir estos gigantes en simples molinos de viento. Que puede hacer de esta, una ciudad verdaderamente próspera. Donde todos quepan, donde todos vengan. Que no quiere ni más ni menos que dignificar su tierra de la mano de su gente, esta que yace ahora a nuestros pies. Ya no tengo duda, amigo Sancho, bien la conozco a ella y a su equipo, y no veo mejores líderes del cambio que tanto ansiamos.
S – Entonces, ¿cree vuestra merced que ha llegado el momento?