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¡Que todo cambie para que todo siga igual!

Mariano Velasco Lizcano | Doctor en Ciencias Políticas y Sociología | Escritor | Presidente de ADEPHI Y AEDA 23

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Vamos, justo lo que ha hecho nuestra flamante corporación municipal, que salvo cabrear a media población con medidas como las de cambiar el nombre a determinadas calles y poner en duda su capacidad y verdadero interés por cumplir su programa electoral, poco más ha demostrado hasta el momento actual.

Y ante realidades políticas de semejante cariz, quizá sería bueno volver a hacer alguna reflexión sobre la trayectoria político-social que nos ha conducido hasta este lugar.

De lo que no cabe duda es de que los resultados electorales de las últimas autonómicas y municipales dejaron absolutamente ilusionados a un conjunto nada desdeñable de ciudadanos que, si algo tenían en común, no era otra cosa que su hastío por una democracia y un sistema político que hacía aguas en toda su magnitud. De pronto pareció que lo imposible —desplazar de su omnímodo y perenne ejercicio del poder a los dos partidos mayoritarios— se había hecho posible. Y todo gracias a la acción y organización de unos partidos emergentes que, aunados con otras corrientes ciudadanas, habían inaugurado una nueva etapa política donde la negociación, el acuerdo y el consenso iban a ser la norma general. Pero lo cierto y verdad es que, a la luz de la situación, no parece sino que «otro gallo comienza a cantar en el corral».

Si Ciudadanos constituyó el Podemos de derechas emanado desde la órbita del IBEX 35, Podemos fue la canalización política natural del complejo movimiento ciudadano 15 M, un movimiento que en principio aglutinó a un buen número de españoles agobiados por la crisis y desesperados por la incapacidad de los partidos tradicionales en poderla resolver.

Y recibieron centenares de miles de votos entusiastas en las europeas, y posteriormente en autonómicas y municipales, aquí, fuera cual fuera —Ganemos, Ahora, En Común, mareas— la fórmula con que se presentaban. Y ello porque la realidad suele ser terca en su quehacer y ha dejado claro que el único denominador común que aglutinaba al 15 M no era otro que el hartazgo de los ciudadanos hacia esa partitocracia perenne en el poder, y a las grandes cuotas de corrupción, institucionales y personales, que conllevan con él. Y para luchar contra ello sólo cabía una solución ¡Participar en la política!

Y fueron miles los ciudadanos que participaron: agrupados en mareas, plataformas, agrupaciones electorales o partidos emergentes, pero con la clara intención de romper un marco político anquilosado y enfermo de solemnidad.

Los resultados fueron los que fueron, y si no todo lo que se esperaba, se han mostrado suficientes para que en muchos marcos autonómicos y sobre todo municipales se tuviera que aplicar lo que se preconizaba: la política del pacto, del acuerdo y del ya se acabó el que manden los de la vieja política tradicional.

Pero he aquí que estos pactos han acabado entregando parcelas de poder a los «cabreados» y éstos ahora se encuentran ante el hecho de la política real, de lo mucho que hay que resolver, de lo poco que hay para hacerlo y sobre todo de lo mullidas que resultan las tapicerías y alfombras institucionales, por no hablar de los sueldos y coches oficiales. Y claro, surgen las disculpas y los discursos del posibilismo y la moderación: «¡Ya que no podemos, lo mejor es organizar todo tipo de artilugios —consejos, mesas, comités— que garanticen la mayor participación!». Y así se marea la perdiz, porque como decía Lampedusa «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie».

Esto es, «A río revuelto ganancia de pescadores»; y los pescadores avezados siempre serán esos partidos institucionalizados que aprendieron muy bien cómo se manejan los hilos para seguir manteniéndose en el poder.

Así que dejémonos ya de ambigüedades y de intentar justificar lo injustificable ante los electores a través de mesas, consejos, comisiones y otros entes que se quieran inventar como «modelos de participación» —la sociedad civil ya tiene sus propios cauces de expresión—, pongámonos a hacer lo que hay que hacer, y ustedes, los políticos, oblíguense a descender periódicamente hasta los ciudadanos para explicar lo que hacen, por qué lo hacen, y lo que hasta el momento no han podido hacer. Que para eso sobran mesas y consejos. Bastan periódicas comparecencias y debates cara a cara en centros sociales e informativos, y la capacidad que se les supone de saber aceptar las críticas (vengan de donde vengan), para analizarlas, ver si en ellas hay algo de razón y corregir o modificar si fuera menester. Lo demás…

Ceguera y soberbia disfrazada de populismo y poder. A ver si al final, después de tanta participación, no nos va a quedar otra que aquello de decir ¡Anda y que les den!

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