Lo que no resultaría tan evidente sería conocer qué es lo que nos ha llevado hasta ese estado de opinión. Porque hasta los últimos años del siglo pasado, incluso los primeros del actual, en todos los regímenes democráticos, tanto conservadores como socialdemócratas, se había venido manteniendo una convicción: la de que la combinación de una economía capitalista, con democracia política y sistemas sociales que garantizaran la prestación universal de los servicios básicos esenciales —el Estado del Bienestar, en suma—, era el futuro deseable para el global de la humanidad.
Sin embargo algo vino a romper tal convicción: desde la caída del muro de Berlín y la posterior disolución de la Unión Soviética, desde el triunfo en suma del capitalismo democrático sobre el socialismo real, el conservadurismo inició una ruptura unilateral con el Estado del Bienestar acusándole de derrochador y de absolutamente insostenible a la vista de un corto-medio plazo actual. A ello se añadieron otros problemas específicos propiciados por el desarrollo y las mejores condiciones de vida: el rápido incremento de la población mundial y el incuestionable y aterrador cambio climático, con sus secuelas de destrucción: actualmente más de mil doscientos millones de personas viven en zonas con escasez de agua, y de seguir así para el año 2030 el déficit hídrico mundial alcanzará el cuarenta por ciento; esto es, a casi la mitad de la población; por citar sólo un ejemplo.
Ante estas realidades resulta urgente preguntarnos qué podemos o qué vamos a hacer para frenar este ataque del conservadurismo en forma de capitalismo financiero, y qué vamos a hacer para intentar volver a ese sistema de equilibrio y consenso que generó optimismo durante más de medio siglo a una parte muy importante de la humanidad.
De lo que no cabe duda es de que los gobiernos democráticos van a tener que enfrentarse a la dura tarea de poner coto y control a esta nueva locura financiera, algo a lo que los «Midas» económicos, llámense Wall Street o cualquier cosa similar, se opondrán con rotundidad. Como también se opondrán a ello aquellos gobiernos conservadores que reciban su apoyo electoral precisamente desde ese capitalismo visceral.
Y contra ello poco se podrá hacer, a menos que se consiga trasladar al electorado el conocimiento básico y esencial de cómo funciona el sistema económico. Porque sólo si los electores conocemos sus mecanismos y formas de actuación tendremos la posibilidad de desmontar los discursos de los grandes números macroeconómicos y de las bondades de las políticas de austeridad, volviendo la vista a aquello que también nos funcionó: las políticas keynesianas de la inversión pública como motor de desarrollo y justicia social. Algo que comienza a tener inicios de verosimilitud a tenor de lo que acaba de ocurrir en el laborismo británico, en el que el triunfo de Jeremy Corbin deja atrás dos décadas de esa corriente neoliberal que instalara Tony Blair y que con tanta eficacia se extendió entre toda la izquierda del mundo occidental. Era la fórmula de «la tercera vía», una opción absolutamente agotada al no haber sabido ofrecer respuestas a la crisis actual. Hoy, al igual que ha ocurrido en el laborismo británico, la socialdemocracia tiene que replantearse el futuro para conectar con las nuevas generaciones que están pidiendo a gritos un cambio sustancial.
Pero esto puede devenir en una tarea imposible si no se incide en una profundización de los valores y la ética democrática. Porque en este país la falta de cultura democrática es proverbial, y a veces nos ocurre que confundimos con demasiada facilidad democracia con el hecho de votar (aunque sin votar no haya democracia). Y bien que lo saben y lo usan nuestros políticos —«Ustedes vayan a votar que de lo demás me encargo yo», nos vienen a decir—. Y claro, así, de esta forma, de esta manera, no hay quien cambie nada. De modo que o retomamos un modelo regeneracionista, exigente y participativo de la sociedad civil, con una clara insistencia en la profundización de los principios democráticos, la justicia social y la lucha contra la degenerativa corrupción, o el nuevo conservadurismo financiero nos la volverá «a meter «doblá»». Un error histórico que clases medias y bajas, por no decir aquellas excluidas y en marginación, volveríamos a lamentar. ¡Profundamente, además!
Mariano Velasco
Doctor en CC. Políticas y Sociología