Crear ilusiones estimula. Valorizarlas hace caminar. Las ilusiones son, probablemente hijas naturales de la condición humana. Pienso en las ilusiones utópicas. En aquello que, de alguna manera, se convierte también en tendencia dentro de individuos o grupos de individuos. La idea de un ordenamiento cada vez más sensato y seguro de la supervivencia en y de la vida integral de la Tierra. La mejora de las condiciones de vida, las conquistas sociales, la persecución de los principios de libertad y justicia, el anhelo de la igualdad, la redistribución de la riqueza, la armonización entre la defensa de esos principios en cada ejemplar de la especie y a su vez en la colectividad, sin que unos interfieran y coarten a otros. Es probable que esa búsqueda de la realización de las ilusiones utópicas, que se han convertido tantas veces en cantos de sirena, nos dé a veces la impresión de que se agota. Yo creo que nada acaba, que siempre se está empezando una y otra vez. Que el problema es no saber adaptarnos y plantearnos un nuevo modo de afrontar las utopías. Por eso admiro a quienes han perseverado siempre en el viaje a la utopía. Los que han hecho de sus ilusiones un principio de vida y de conducta abierto y compartido.