La conmemoración de la onomástica por las bodas de plata sacerdotales supone un motivo de alegría porque el sacramento presbiteral se fundamenta en la vocación, y ello conlleva la negación de la propia voluntad para la entrega y el servicio a los demás. Encierra, por lo tanto, la celebración y reconocimiento de unos valores que, a día de hoy, son insuperables e inigualables y que tienen un contenido de solidaridad, que la Iglesia Católica lo define como misericordia.
Además, cumplir veinticinco años de entrega, perseverancia, y de misericordia, es merecedor de agradecer, en primer lugar a Dios, y también a quien los cumple, por mantenerse en su ministerio de servicio.
Resulta ilustrativo, e incluso enriquecedor reproducir cómo hace veinticinco años, en la ceremonia de ordenación sacerdotal, el Obispo entregó una patena con pan y un cáliz con vino y un poco de agua, mientras decía: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo” y cómo en la celebración por el veinticinco aniversario de la ordenación sacerdotal nos acompañará la Cruz que el Obispo de Ciudad Real ha entregado a los jóvenes como signo indeleble de la misericordia de Dios.
La cruz es signo de misericordia, porque en ella se configuró la entrega de amor infinito, donde el Hijo de Dios mostró su naturaleza humana en perfección con su naturaleza divina, y por eso en la Cruz debemos de encontrar el significado más profundo de misericordia.
Termino mostrando mi gratitud por tanta misericordia, y por tanta entrega generosa.