Había pasado la frontera a pie, del brazo de su madre enferma, con frío en el alma y en el cuerpo, empujado por la intolerancia de quienes no soportaban la disidencia. Murió apenas un mes después de su llegada. Su tumba sigue en el precioso pueblo mediterráneo de Colliure, siempre tiene flores frescas y un buzón donde sus admiradores le dejan sus palabras.
Hoy, Machado sigue en el exilio, y dudo mucho que quisiera volver a esta España. La España “de cerrado y sacristía” de sus poemas vuelve o quizá nunca se fue. Sigue adorando a los toros y la religión más fanática. A él, que siempre defendió la libertad de cátedra, no le gustaría ver cómo una Ley de Educación retrógrada nos devuelve a las nieblas del autoritarismo, a la imposición, a la falta de pensamiento libre, a la segregación por sexo, al clasismo.
Lloraría al ver partir al exilio a la España nueva, la del “cincel y la maza”, la de la investigación y el pensamiento, las generaciones de jóvenes cultos que nuestros gobernantes desprecian. Al hombre bueno y dialogante, le espantaría ver cómo se insulta por pensar diferente, cómo se ahoga la libertad de expresión, cómo se compran voluntades y cómo se miente sin recato. Él siempre defendió la honestidad y la coherencia, la sensatez, la concordia y la lucha de ideas, nunca de personas.
Al cristiano agnóstico, que “buscaba a Dios entre la niebla” y lo encontraba en el prójimo cercano, le espantarían las imágenes desoladoras de personas migrantes muertas en la playa por el único delito de querer una vida mejor. Y clamaría contra ministros y directores de las fuerzas del orden que lo justifican. Porque, como decía:
“Nadie debe disponer de la vida de las personas, nadie debe utilizar al prójimo hasta quitarle su dignidad”.
Le dolería en el alma comprobar que la democracia que soñó se ahoga en las aguas de una crisis profunda provocada por la ambición del dinero. Él, que estaba seguro de que los problemas sociales son en realidad problemas políticos, sufriría viendo cómo se degrada el noble arte del bien común y corruptos sin escrúpulos usan la política en su provecho.
No creo que este gran hombre, este poeta inmenso, símbolo de la mejor España, la más decente y libre quisiera volver a ella.
Desde su tumba francesa se siente la brisa del mar. El mismo mar que quiso ir a ver en vísperas de su muerte. Ante el que se sentó, con el sombrero entre las manos pensativo, un mediodía con sol.
No. El poeta no querría volver a este país triste. A este país de niebla.
Luis Miguel López Carreño