En aquella fecha, uno de los más brillantes estrategas de la política española –porque la inteligencia no está reñida con el mal- engañó a propios y extraños al proponerse como vicepresidente ante el Rey. La rueda de prensa posterior, marcaría un hito por el nivel de humillación indisimulado que vertió el líder podemita sobre el candidato y el partido a los que ofrecía gobernar. Allí Pablo Iglesias explicó la propuesta de gobierno de coalición de izquierdas, con reparto de la tarta gubernamental incluido. El planteamiento era conocido en exclusiva por el Jefe del Estado –como todo el mundo sabe, por respeto a los ideales monárquicos de su formación-. Y lo mejor, sin que nada de ello le constara a Pedro Sánchez. Para eso había sacado el peor resultado de la historia del PSOE, había perdido un millón y medio de votos, y el destino le brindaba la sonrisa de ser presidente que le tendría que agradecer – y con razón- .
Quizá el factor más olvidado a la hora de realizar un análisis pormenorizado de la estrategia de los líderes de morados, sea la condición de politólogos. Es decir, de estar licenciados en Ciencias Políticas. A caballo entre la Sociología y el Derecho, la carrera se antoja una de las más inútiles a la hora de conseguir un puesto de trabajo y una perfecta desconocida en nuestro país con la que el partido morado se la está metiendo doblada a casi todo el mundo. La diferencia de estar en política como político –en el peor sentido de la palabra- o como politólogo, son los plazos y la oportunidad. El político de toda la vida tiene una mirada cortoplacista a la hora de conseguir el mayor beneficio posible. Por eso, el político Pablo hubiera hecho una proposición de coalición de gobierno en primer lugar con unas formas de mínimo respeto hacia el partido que le supera en votos, con unas condiciones programáticas más o menos aceptables y aun también contemplando un reparto de la tarta moderado. Es decir, aprovechar la oportunidad de comerse su trozo, aunque no cumpliese sus espectativas.
El Pablo politólogo, asesor de sí mismo, sabe de oportunidad de arrebatar al Pedro el liderazgo de la izquierda. Todo está en la alianza con Izquierda Unida y el sor paso al PSOE. Poco importa correr el riesgo de que Rajoy y Rivera sumen el 26-J. Prefiere ser cabeza de ratón durante unos años y acabar dando el zarpazo como león. Y todo ello, escondiendo con fortuna la gran debilidad de su conglomerado de partidos. Los referéndums de autodeterminación.
Sin duda alguna, su escenario favorito es tener que poner de nuevo contra las cuerdas al PSOE si él queda segundo. Una endiablada situación donde los socialistas tuvieran que elegir entre investirle a él como presidente del gobierno o permitir que lo sea Rajoy. Las dos opciones le valen. Las dos representan un torpedo en la línea de flotación al PSOE.
Quizá sabedor de los caprichos de la Historia y la mitología, donde el fundador y el último emperador de Roma se llamaban Rómulo o las profecías de San Malaquías, donde el primer y el último Papa de la Iglesia Católica vendrá a llamarse Pedro, Pablo Iglesias es consciente de la oportunidad de enterrar el legado de su homónimo. El original, el fundador.
Para los que pensamos que el partido socialista ha cometido a lo largo de su historia una serie de pecados capitales que tiene que expiar, el deleite debería ser considerable, de no ser por el riesgo que representa Podemos para nuestro Estado Social y Democrático de Derecho. De ahí la confianza que una gran parte de la sociedad española depositará de nuevo en el otro gran estratega de nuestros días. El pontevedrés que ha visto los toros desde la barrera.
Carlos Mendoza Aparicio.
Graduado en Derecho y en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Carlos III
Concejal del Ayuntamiento de La Villa de Don Fadrique.