Llevamos tanto tiempo empeñados en ñoñerías que hemos olvidado lo importante que es llamar a cada cosa por su nombre sin complejos, además de salvaguardar los valores éticos y humanos tan pisoteados por una sociedad caduca y podrida de vicios múltiples. Aquí los espabilados, hipócritas y malvados son defendidos por un sistema empeñado en machacar a los que no delincan y ya puede retumbar las atrocidades más escabrosas y brutales que seguimos quitando importancia a todos los acosadores, violadores, asesinos y ladrones que pululan por calles y plazas de pueblos y ciudades de esta España harta de futbol y de políticos que cobran, no todos, pero sí una gran mayoría, sin cumplir con lo prometido y jurado cuando se hacen cargo de la confianza que en ellos se ha depositado.
No hay día que no se cueza en la olla a presión de este desmedido desmadre un atropello; y lo escuchamos como si fuera algo natural, y ocurre porque la mayoría lo consentimos y nos apabullamos y callamos. Es vergonzoso leer esa paliza dada a una niña en un centro escolar, donde se supone que nuestros niños están protegidos por los educadores. Aunque si hace años no se les hubiera maltratado a muchos de esos maestros y educadores, quitándole toda autoridad, probablemente esas pandillas de delincuentes adolescentes no se atreverían a golpear a una indefensa niña pateándola. Y yo me pregunto, ¿a dónde están los defensores de los animales, las asociaciones feministas y tanto colectivo vocinglero que no salen a protestar airadamente cuando estos hechos ocurren?
Ha pasado mucho tiempo, dura demasiado la violencia contra las personas y nuestras leyes no se cambian, por qué, me sigo preguntando, ¿acaso ser progresista es ser solo denunciadores y denunciadoras, de unos políticos contra otros, en los patios de los partidos políticos, ignorando lo que ocurre en la vida de los ciudadanos? Porque si es así no los necesitamos.
Existe demasiado silencio ante hechos muy graves. Un niño, una niña; nuestros niños, son nuestra continuidad y son, lo que ven, en el testimonio de los adultos. Una niña apaleada, pateada y herida en su dignidad hasta ser abandonada es ignominiosa en este país que se rasga las vestiduras ante sucesos mucho menos alarmantes que este hecho concreto. Pero no pasa nada porque la estupidez ha llegado a cotas tan altas que hasta ser educados se ha borrado de la vida social e informativa de muchos presentadores y comunicadores femeninos y masculinos. La sensatez ha fallecido entre nosotros, y el grito silencioso de esa niña, víctima de esa atroz paliza, se escribe en otro idioma porque así demostramos lo poco que nos importa la convivencia en cualquier área social de este país llamado España y nuestra cobardía.
Natividad Cepeda