La mirada de Dios es la luz del corazón sobre la razón. Y nuestra razón es el mensaje de Dios fundamentado en el amor. Pero no siempre las razones son entendidas y aplicadas por el amor de Dios.
El amor es la puerta por donde se sale y entra eternamente. Y la Providencia nos espera, conoce nuestra pequeñez y nuestra pobreza. Y su amor es la esperanza que nos sostiene cuando una herida del alma o del cuerpo nos hunde en el dolor.
Dios, para los que se autoproclaman progresistas, no es actual y por supuesto tampoco significa progreso. Más, a Dios, nadie lo puede comprar ni confundir.
Por los días de abril aparece por calles y plazas de España la oración caminando por ellas de miles de cofrades vestidos con antiguos sayales de penitencia. Es la oración del pueblo que ora buscando su propia redención, desde la redención universal de Cristo clavado en la cruz.
Oración en los templos adonde llegamos los católicos; nosotros, los perseguidos en nuestro país y en otros países. Persecución sangrienta y atroz en centros donde se cuidan niños quitándoles el hambre y auxiliando a los ancianos abandonados en calles que recogen sacerdotes y monjas, seglares y catequistas afincados junto a los estercoleros del mundo, viviendo junto a ellos, gracias a la ayuda de los católicos que envían su ayuda monetaria a través de la Iglesia necesitada.
Semana Santa de un trance humano que anuncia luz de resurrección en memoria de una promesa que dejó un rastro de cambio en la sociedad de su momento, tan singular y atrevida que desde que fue escuchada la palabra del Maestro; Él, sus discípulos y seguidores fueron perseguidos, ayer igual que hoy. Porque aquello que escribió Jesús de Nazaret en la tierra evitando un asesinato femenino sigue estando vigente: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” Y nadie se atrevió a lapidar a la mujer.
Actuales estas palabras hasta hoy, donde se siguen lapidando a mujeres en otras culturas que no conocen sus palabras ni nuestra Semana de Pasión. Todo en la Cuaresma es camino que nos lleva hasta la Semana Santa y a su celebración con la mirada del alma puesta en nuestra fe. Fe que es nuestra esperanza para alcanzar la Pascua de la vida: nuestra resurrección, santo y seña de Cristo resucitado.
En los días de esa semana especial y única para nosotros los creyentes, las calles son transitadas por un sueño de pétalos caídos alrededor de un hecho histórico que es la esencia de Europa. Olvidar la cristiandad y su repercusión en Occidente es querer tapar al sol con nuestras manos. Cierto es, que como humanos hemos cometido errores y los seguiremos cometiendo. El mensaje de amor universal de Jesús Hijo de Dios, sigue vigente e incumplido por la mucha exigencia; Él nos dijo “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado (Juan 15:12). Y por ese camino andamos buscando durante la Cuaresma salvar nuestros escollos junto a las muchas dificultades que encontramos para sentir amor y paz dentro de nosotros para darlo a los demás.
La vida es un camino trémulo y frágil como la luz de un candil en mitad del campo que se puede apagar con una pequeña ráfaga de aire. Intentamos tener apariencia de fuertes para que en la batalla diaria nadie nos haga morder el polvo del fracaso. Y nuestra fuerza que en ocasiones es un tornado que todo lo puede, en otras sentimos hacernos añicos ante la salud quebrada o ante la moral destruida por tanto deterioro de vanos proyectos sin base de lógica y principios. Las plegarias que hacemos en los templos los cristianos en estos días no son plegarias de tristeza y de ceniza, son hogazas de pan amorosas para sanarnos de tantos males.
Brotan en abril las hojas de los árboles repletas de color vivo y resurgen los tallos en los campos para recordarnos que después de la muerte del invierno la vida resucita. Esta es mi fe, la del silencio de Juan de la Cruz con su fontana viva: la del silencio de Ismael de Tomelloso con su hermosa sonrisa de paz exento de guerra y odio, orando así “Quiero vivir absorbido en Dios, perdido en la inmensidad de Él, y a Él totalmente entregado. La fe de Monseñor Arnulfo Romero, asesinado por un francotirador el 24 de marzo 1980 mientras oficiaba una misa y que dijo “Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo y como testimonio de esperanza en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quiénes lo hagan. Ojalá, así, se convencerán que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás”. Monseñor Óscar Romero, agosto 1978.
Esta es mi fe, y junto a estos testimonios otros muchos como el de Ángela de la Cruz, Teresa de Calcuta, Edith Stein, luego Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Auschwitz, 9 de agosto de 1942. Mujeres y hombres a los que nadie pudo rebajar ni humillar porque su fortaleza nacía de Dios. Perseguidos y jamás olvidados. Nombres propios conocidos; nombres propios anónimos desperdigados por los pueblos sin miedo al escarnio ni a la burla. Soportando la mofa de los que abogan por libertades sin respetar la libertad de los católicos que se ponen su túnica y salen por las calles de España enseñando con su testimonio una catequesis nacida del pueblo llano para sí mismo. Tradición y fe. Oración popular digna de admiración y de respeto. Ellos los nazarenos y nazarenas que elevan las imágenes sobre sus espaldas y hombros cada nueva primavera orando de esa manera por todos. Plegaria física. Plegaria ante la talla de Cristo y de su madre. Arte religioso, joyas de orfebres y escultores que salen a la calle desde el recinto sagrado de los templos.
Creer es un don de Dios. Mi fe son mis pilares humanos por donde busco la justica desde la enseñanza de Cristo resucitado. Y conmigo, cientos y miles de cristianos silenciosos y hermanos que salimos a la calle en Semana Santa porque así nos lo legaron los que nos precedieron. Y no dudo que quienes aman mucho, siempre recibirán una muestra de amor en la senda de la vida. No hay mayor equivocación que perseguir al amor. Porque el amor jamás muere.
Natividad Cepeda