Y la oscuridad de lo ocurrido abarca la inmensidad del macabro misterio. Un campo de criptas agrandado se esparce por nuestra piel hispana plagado de mujeres asesinadas. Pedromuñoz y Campo de Criptana lloran en estos últimos días de marzo por la muerte de una mujer-madre, sus dos hijos, y por el supuesto culpable de las muertes, el marido y padre. Y en los pueblos y campos hay sombras de tristeza y la constante pregunta del por qué; que nadie puede contestar.
Me pregunto ¿hacia dónde camina esta humanidad ahogada en su propio fracaso? ¿Qué males nos aquejan para el infanticidio de dos niños?
Calles de Campo de Criptana por las que he pasado admirando el primor y el arte de sus gentes. Calles y plazas a la sombra de la belleza alzada de sus molinos en la sierra, adonde en tantas ocasiones he subido acompañada de la lealtad de mis amigos… Calles donde los niños que se han ido, han pasado y vivido, y ante esa presencia infantil inexistente arrastro mi dolor sin artificio.
Calles y plazas de Pedromuñoz, donde ensalcé sus mayos y pregoné su feria; por donde la madre muerta imagino vistió su reja y lució sus galas de manchega mayera. Las voces de los niños ahora son inaudibles al sonido del día pero no extinguidas en el corazón de los que los amaron y recuerdan.
Lloramos con vosotros porque como dice la Biblia en el libro sagrado de Eclesiastes, hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: un tiempo para nacer y un tiempo para morir, un tiempo para curar, un tiempo para demoler y un tiempo para edificar; y un tiempo para llorar… Ahora lloramos aun cuando el dolor y el llanto carecen de nombre ante tanto dolor en el umbral de estas muertes. Muertes que engloban la cadena de muertes de mujeres asesinadas y de sus hijos en España.
Rechazo el exceso de muertes. Cualquier asesinato porque no existe razón para quitar la vida concedida por Dios a sus criaturas.
Y rechazo la confusión de las palabras que tratan de dulcificar lo que es amargo e inhumano: ¿violencia de género? ¿O genocidio de mujeres en nuestro mundo civilizado? Y niños indefensos sucumbidos y suicidios casi a diario, cuando parece que nada falta.
Llamar a cada acto por su nombre probablemente nos evitaría caer en la arbitrariedad del capricho banal donde estamos sumergidos. Nuestra sociedad ciegamente sucumbe en un mundo insatisfecho a pesar de tener tantos logros conseguidos. Nos mesamos los cabellos como en las culturas más arcanas y lloramos vestidos de galas inservibles ante esta tragedia repetida de la muerte de mujeres y niños inocentes en nuestra sociedad buenista y disculpadora de aberraciones y maldades.
Morir, matar, suicidios, ¿hacia dónde nos lleva esta ruta sangrienta?
Dos pueblos lloran la muerte de sus hijos: dos familias conocen la tragedia. ¿Hasta cuándo los legisladores no se decidirán a cambiar las leyes contra el asesinato de mujeres y niños? ¿Acaso no importa demasiado en nuestra sociedad masificada todas las mujeres asesinadas? Precisamente ahora que estamos comunicados e informados globalmente parece que es imposible terminar con esta lacra tiránica. Asesinatos cometidos en todos los sectores sociales dese las elites hasta las clases populares, cometidos desde sectores distantes de poblaciones desconocidas entre sí, pero que sí comparten cifras escalofriantes de mujeres muertas.
Estamos asistiendo a un genocidio sin advertirlo. Los que piensan que la mujer ha alcanzado altas metas actualmente se equivocan; sólo hay que constatar los puestos que ocupan en los puestos de responsabilidad desde los gobiernos mundiales a cualquier sector. Todavía el número de mujeres es exiguo comparado con los nombres de hombres en la escala social. Y hay muchos ejemplos que tenemos delante de nosotros sin querer verlos. Como se suele decir mucho ruido y pocos logros.
Nos queda la palabra, como escribió Blas de Otero, para seguir preguntando el porqué de tanto dolor inútil. Nos queda a los poetas la metáfora y el grito alzado para seguir recordando que la crueldad también existe en las esferas del poder cuando no se uscan los medios para salir de situaciones adversas.
A las Hijas de la Tierra silenciadas
Ha bajado la lluvia con tristeza a los viñedos
y a tus ojos, que guardan sombrías mañanas
sin sol en tu retina cuando tras los cristales
miras las calles solitarias como si de la ciudad
todos se hubieran ido.
Llueve y tú caminas
en medio de ese llanto del cielo sin notarlo.
Llueve sobre pámpanas rojizas de parrales
de uvas negras; sobre cepas vacías de racimos
que amamantaron con su savia las uvas
convertidas en sangre de jaraíz por los rincones
de la tolva.
Te he visto exhausta, arrancada
tu esperanza entre tus labios ajados y marchitos,
como si la tormenta de la vida te hubiera
vendimiado el corazón y el alma para siempre.
Hija de la tierra eres, mujer, nacida sin macula
del vientre de tu madre, tú, la que abriste
tu mirada al color del arco iris en la heredad
de tu tierra y de tu gente.
Te dejaste en el alero
de tus labios, nombres amados, junto al hombre
que te dejó herida, llevándose los manantiales
de tu sangre en la arboleda de tus sueños
rotos. Vencida y sin aliento, dejas rodar
por las esquinas de tus huesos cangilones
de mostos funerales. Emigraron de tu mirada
los cuentos de princesas felices. Con el relente
se quebró tu cintura vesperal de diosa profana
en el jardín de las mariposas muertas.
No debiste cruzar
jamás el predio del goce pasajero. No debiste,
Hija de la tierra, para no sucumbir ante el amor.
Lo hiciste, y a oscuras dejas caer la lluvia de tus ojos
por todos los dinteles donde mueren a solas
otras hermanas tuyas. Nadie besará tus heridas,
ni limpiará tus lágrimas.
Nadie, salvo tú misma
remontará el vuelo para encontrar otra tierra
de lluvia mojada de ternura que te salve del odio.
Llámame cuando tus uvas sean lagar de vino nuevo.
Llámame para alzar mi copa y brindar por tu libertad
y ver florecer en tus labios una sonrisa nueva.
Natividad Cepeda