Pertrechado de mi aparejo, el abrigo, el tapabocas y la moquita colgando, entraba en las mañanas ateridas de frío y salía en su busca por si se había adelantado. Avanzando las calles desembocaba en las eras, y no avistándola, desandaba el camino. Así cada día de diciembre hasta que la divisaba en lontananza. Alcanzándome su nebulosa estrellada, inconfundible con la niebla, la lluvia o la nevada, me situaba detrás, y la acompañaba gritando entusiasmado: ¡Ya está aquí la Navidad! ¡Ya está aquí la Navidad!
La gente se asomaba a las ventanas, la gente abría las puertas. ¡Este chico, este chico!, decían cerrando lo abierto con enfado. No se daban cuenta, me veían solo saltando de alegría, cuando realmente yo pasaba pegado a la Navidad como a otra madre, entrando y saliendo de las iglesias, de los conventos, del asilo, y de algunos comercios, de muchas casas, sin descanso, sin tomar aliento, sin hambre, sin sed, también sin sueño.
Mis correrías llegaban hasta el mismo día de Reyes, en que la Navidad con el Niño en brazos, y los Magos en sus camellos, se agrupaban y juntos se elevaban desapareciendo en las alturas del atardecer.
Impedido para el vuelo, cabizbajo, pateando cantos sueltos del empedrado, regresaba a mi casa, quitaba preocupaciones a los míos, añadía cariño, y entreteniéndome con algún juguete nuevo, la Navidad se me borraba infantilmente de la cabeza.
Dejé de salir al campo por diciembre cuando la vida metódica y ordenada considerándome ya uno de los suyos, me ofreció algunas de sus cosas y me obligó a coger la mayoría de ellas que no admitían devolución ni protestas.
Se dirán ustedes, ¿y qué fue de todo aquello que vivió el Santiaguito pegado a la Navidad un montón de años? ¿Se limitaba seguirla durante sus días hasta que echaba a volar santamente? ¡Pues vaya juego seguirla de acá para allá sin participar en nada como el chico que de pie en el pretil con la cara triste, las manos en los bolsillos y cruzadas las piernas ve a otros chicos jugar a las bolas!
Pues se equivocan, que la Navidad contó conmigo y me hizo sitio y me consideró en su comitiva con encargos y mandados hasta que tornaba al cielo cada año. ¡Vaya que si! Y para que me crean les pondré este ejemplo en que pude seguir a los Reyes Magos cuando decidieron ir en busca del rey Herodes para matarlo. Escuchen y verán qué magnífico final.
ROMANCE DE LOS REYES MAGOS Y HERODES
Los tres Reyes Magos vienen
En caballos de batalla,
Las espadas en la mano
Y furiosa la mirada.
Al rey que mató a los niños,
Al rey que Herodes se llama,
Han buscado en su castillo,
Pero el rey allí no estaba.
Salen de la fortaleza
De la que huyera la guardia,
Toman la ciudad por calles
Penetrando en cada casa,
Y el rey Herodes no asoma
En los mantos que destapan.
Corren al campo a buscarlo,
Mueven arbustos y matas,
Ven las cuevas de los montes,
Dejan los ríos sin agua,
De día con luz del cielo,
De noche prendiendo ramas,
No encontrando rastro alguno
Que el rey malvado dejara.
¿En qué guarida se esconde
De la furia y las espadas
De los tres Magos de Oriente
El despreciable monarca?
¿Quién le preserva la vida,
Que vale menos que nada,
En más seguro escondrijo
Que el cubil de una alimaña?
Mañana que es seis de enero,
Los reyes en cabalgata
Con una estrella de guía
A Belén irán sin armas.
El Niño Dios los espera,
Oro, incienso y mirra en cajas
Sabe que van a ofrecerle
Majestades tan gallardas,
Aunque no traigan a Herodes
Con la vida ya quitada.
Cuando lleguen al portal
Inclinarán la mirada,
Callándose que buscaron
Por la tierra y sus entrañas
Al maldito reyezuelo
De barbas ensangrentadas.
Pero, el Niño Dios, que sabe
Lo que en cielo y tierra pasa,
Así hablará a los tres Magos
Desde su cuna de paja:
“Al rey coronado Herodes,
Al rey que airado de rabia
Sin hallar mi paradero
A los niños degollara,
Lo oculté de vuestros ojos,
Lo aparté de las espadas,
Para que aquí no viniérais
Con su cabeza cortada.
Santiago Ramos Plaza.