Crónica de una Navidad anunciada: risas, banquetes y el temido ¡crack! dental. Ya se respira en el aire. Las luces adornan las calles y el ritmo frenético de los meses pasados empieza a ceder paso a la calidez de las fiestas. El año se acaba. Es inevitable sentir cierta nostalgia al mirar atrás; es el momento de hacer balance, de valorar los retos superados, los aprendizajes difíciles y, sobre todo, los momentos compartidos. Cerramos un capítulo que, bueno o malo, ya forma parte de nuestra historia.
Pero lo mejor de los finales es que siempre traen nuevos comienzos. Llega un nuevo año, y con él, un libro en blanco con 365 páginas esperando ser escritas. Se abre ante nosotros una nueva oportunidad para soñar, para corregir el rumbo y para seguir construyendo nuestra mejor versión. Las fiestas no son solo una celebración, son el puente de ilusión que une lo que fuimos con lo que queremos ser.
El árbol parpadea en la esquina del salón, hay un murmullo constante de conversaciones cruzadas y risas que resuenan más fuerte que de costumbre. Es Navidad. La familia por fin está reunida. En el aire flota esa felicidad densa y genuina que solo produce el reencuentro. Se olvidan las viejas rencillas y se brinda por el presente. Pero seamos honestos, el verdadero epicentro de esta felicidad no es lo mismo si no se produce en una buena comida en compañía de nuestros seres queridos.
El campo de batalla gastronómico
La Navidad es, por definición, una época de excesos culinarios permitidos. La mesa se convierte en un despliegue de texturas y sabores diseñados para el deleite. Desde los entrantes con ibéricos, quesos de la mancha y hasta el cordero asado, pasando por esa mariscada que parece mirarnos desafiante.
Comemos con ganas, hablamos con la boca llena (solo un poco, es Navidad) y reímos a carcajadas entre bocado y bocado. La guardia está baja. Es el momento cumbre de la felicidad.
Y entonces llegan los postres. Los verdaderos villanos enmascarados de dulzura. La bandeja de turrones, los mazapanes, las peladillas y los frutos secos con cáscara. Aquí es donde la noche perfecta se enfrenta a su prueba de fuego.
El sonido que congela la fiesta: ¡CRACK!
Ocurre en una fracción de segundo. Quizás fue ese trozo de turrón de Alicante (el duro, el implacable) que subestimaste. Tal vez fue el intento optimista de partir una nuez con los molares, o esa pequeña y traicionera pata del marisco que decidiste morder en lugar de usar las pinzas.
No es un sonido fuerte, pero para quien lo vive, resuena como un trueno interno. Es un crujido seco, distinto al de la comida. Le sigue un silencio sepulcral de dos segundos, mientras la lengua, curiosa y temerosa, explora la zona del desastre.
La confirmación llega rápido: una arista afilada donde antes había una superficie lisa. Un trozo de diente (o una funda de porcelana, o un empaste antiguo) navega ahora entre el bolo alimenticio.
En ese instante, la felicidad navideña sufre un cortocircuito. La magia se sustituye por el pánico. ¿Duele? ¿Se nota mucho si sonrío? Y la pregunta del millón: ¿Hay algún dentista de guardia el día de Navidad?
La realidad de las urgencias navideñas
La combinación es explosiva. Por un lado, sometemos a nuestra dentadura a un estrés mecánico inusual con alimentos extremadamente duros o pegajosos. Por otro, el estrés de final de año a menudo aumenta el bruxismo (apretar los dientes), dejándolos más vulnerables a la fractura.
Si a esto le sumamos que, entre tanta celebración, a veces descuidamos la higiene, tenemos la tormenta perfecta para que una muela decida rendirse justo antes del brindis de Nochevieja.
Sobrevivir y sonreír a pesar de todo
¿Significa esto que debemos comer puré en Navidad? Por supuesto que no. La felicidad de compartir esa comida es irremplazable. Pero sí podemos aplicar un poco de precaución para evitar el drama:
- No uses los dientes como herramientas: Las nueces se abren con cascanueces; el marisco, con pinzas; y las botellas, con abrebotellas. Tus dientes te lo agradecerán.
- Cuidado con los «duros»: Parte el turrón duro en trozos muy pequeños antes de llevártelos a la boca. No subestimes su dureza.
- La prueba de la lengua: Si sientes que un empaste está áspero o una muela sensible semanas antes de Navidad, no esperes.
Una rotura de diente es un fastidio monumental, sí. Puede que termines la cena comiendo sopa mientras los demás disfrutan del asado. Pero al mirar alrededor de la mesa, verás que la familia sigue ahí, y que la reunión, con diente roto o no, sigue siendo el mejor regalo. Y, sin duda, tendrás la anécdota más contada de las próximas Navidades. Si la desgracia ocurre, mantén la calma. En nuestra clínica seguro que podemos darle una solución.
Todos los formamos el equipo de la CLINICA ARTEDENTAL, le queremos desear una muy FELIZ NAVIDAD y que el 2026 sea un magnífico Nuevo Año.
Dr. Juan Carlos Gavira Tomás – Clínica ARTEDENTAL







































































