Con el paso del tiempo y las modas morales imperantes, me he dado cuenta de que he quedado en una posición extraña, incómoda, ahí en medio, que no sé muy bien qué es ni cómo enfrentar. Siempre me habían dicho que nací con el don de la diplomacia, que se me da bien la gente, que tengo mano izquierda, pero obviamente he quedado completamente desfasada en ese sentido, porque ahora y para las nuevas generaciones soy brutalmente honesta hablando y, a menudo, noto cómo se sonrojan cuando me pongo firme con algún asunto y uso palabras duras cuando ese asunto es duro.
Siempre he pensado que la honestidad del discurso gana a la ofensa. Es decir, si lo que tienes que decir es duro de oír, pero es cierto, no ofende o no debería. Sin embargo, ha resultado curioso cómo lo políticamente correcto se ha pasado esa pantalla, y resulta complicado enfrentarse a que resultes violento al comunicar el desacuerdo con algo.
Me explico por si no se entiende. Lo políticamente correcto se diseñó para proteger a los «débiles», es decir, a quienes habían sido humillados sistemáticamente por los prejuicios, el racismo, la xenofobia, la homofobia, el matonismo, etc… En ese sentido me parece perfecto siempre y cuando lo políticamente correcto afecte a la actitud para con los débiles. Es decir, a mí cambiar el lenguaje para crear una sociedad mejor siempre me ha parecido un poco abracadabra y pensamiento mágico, pero lo puedo aceptar y respetar incluso pensando fervientemente que lo que hay que cambiar es la sociedad para que cambie el lenguaje. Sin embargo, ha llegado un punto, y me he visto en diversas situaciones muy sorprendentes, en el que lo políticamente correcto acaba también por proteger a quien no necesita ninguna protección.
Es decir, los matones, los que nos hacen la vida imposible, los que no están haciendo bien su trabajo, los que tienen algún tipo de poder o ejercen algún tipo de abuso son capaces, y se lo hemos permitido, de coger el escudo de lo políticamente correcto y ponérselo delante para que no les pongamos las peras al cuarto, y eso, mira, no. Si alguien es un sinvergüenza, tenemos todo el derecho a llamarle sinvergüenza, que para eso están las palabras: para definir y nombrar. Si le quitamos ese poder a las palabras, nos quitamos un arma contra los que se quieren aprovechar de nosotros. Nos quedamos desprotegidos.
Pienso que lo políticamente incorrecto siempre debe ir en sentido contrario al humor. El humor tiene que ir hacia arriba: podemos hacer chistes con el privilegio, pero no deberíamos hacerlos con los que no lo tienen. Para proteger a esos últimos es para los que está —o estaba— el paraguas de lo políticamente correcto. Pero ha sido dado de sí tanto, y se ha abusado de él de tal manera, que ahora lo usa como arma cualquier indocumentado, y se nos ha olvidado cómo defendernos, con honestidad, de los ataques de aquellos que nunca necesitaron nuestra protección.


































































