Recuerdo cuando decían que los videojuegos violentos podían hacer que llegases a cometer crímenes, atropellos, asesinatos, con la impunidad con la que se hacía al mirar una pantalla. En aquellos momentos, yo era una adolescente y, la verdad, me parecía ridículo. Siempre hay algún desequilibrado que se cree que vive en una película o que intenta matar a un presidente por impresionar a Jodie Foster (como si no fuese a aterrarla, que sería lo más normal), pero no es lo común. No es común que pienses que puedes saltar de un edificio dando una voltereta en el aire como ciertos avatares, así que tampoco debe serlo que creas que te dan puntos por arrollar personas con el coche como en cierto videojuego.
Sin embargo, eso que entonces me parecía tan lejano cuando afectaba a muñecos que se movían por una pantalla y cumplimentaban misiones —o eran víctimas de ellas—, de repente ahora me ha hecho reflexionar sobre las semejanzas entre aquel alarmismo absurdo y lo que puede llegar a suceder cuando lo que se mueve por la pantalla son personas vivas. Me pregunto si esa falta de empatía potencial que se achacaba a los videojuegos, y que nunca se generalizó, sí se ha generalizado con las redes sociales. Si esa forma de ver a las personas que seguimos o con las que nos encontramos acaba siendo bidimensional, sin ninguna empatía ni piedad hacia ellos cuando se equivocan, creemos que se equivocan o, simplemente, hacen algo que no nos cuadra.
Me lleva a reflexionar sobre todo esto una serie de eventos que han ocurrido en las últimas semanas y que eran fáciles de seguir en redes, incluso cuando no se tenía interés en seguirlos. La secuencia era semejante: ante algo que probablemente era un error o una torpeza (en ocasiones garrafal) de una persona o un conjunto de personas, se asumía maldad y, por lo tanto, necesidad de castigo. Llamadas al boicot, amenazas, persecución… todo por parte de decenas, centenares de personas detrás de una pantalla con un teclado como arma. Qué espeluznante mi conclusión: no, ver avatares en videojuegos no nos hizo menos empáticos con las personas, pero ver a personas en pantalla sí nos ha hecho que los tratemos como a avatares.
No creo que la mayoría de la gente que se ha puesto de determinada forma con ciertas polémicas que afectaban a personas de carne y hueso pudieran sostener esa misma ira cara a cara con ellas. O, al menos, no creo que pudieran hacerlo en soledad, si tuviesen que responder como ser y no como horda. Nunca me gustaron las hordas. Cuando uno tiene que responder por sus propios actos, normalmente somos sensatos, pero en el grupo, la responsabilidad se divide hasta, en algunos casos, disolverse. Eso explica la borrachera mental que lleva al linchamiento. Me pregunto por qué, con todo el drama que se montó con los videojuegos, nadie se percató de que, al ver a la gente real en una pantalla, dejaríamos de verla humana.