Sobre la falta de empatía a la hora de dirigirse a desconocidos en redes, me parece que la primera causa es la falsa sensación de intimidad con desconocidos que proporcionan. De repente parece que uno puede conocer a todo el mundo, cuando la realidad es que, a menudo, ni siquiera conocemos del todo a los que tenemos al lado. No nos paramos a analizar sus miedos más profundos, su debilidad. En la debilidad de aquellos que amamos está la clave para poder ser más empáticos. Únicamente cuando comprendemos que no sólo nosotros vivimos frustrados, con miedo, con inseguridad, sino que aquellos que comparten nuestra intimidad cargan con su propia mochila, podemos llegar a imaginar que los que nos pillan más lejos también sufren por cosas que se nos escapan.
A menudo, aquellos daños que se hacen por comentarios en red, ni siquiera son malintencionados, sino torpes y faltos de reflexión. Por ejemplo, aquellos mensajes que, como si te conocieran de toda la vida, te dirigen anónimos paternalistas que te dicen cómo hacer para recuperar el aspecto que tenías cuando tenías veinte. Se han democratizado esos comentarios que te hacía tu abuela o su vecina que te veía mejor antes, y que parecían expresar verdadera preocupación, pero sólo manifestaban la prohibición que tenemos las mujeres de envejecer o, incluso, de dar más importancia a otros aspectos de nosotras mismas que no sean la delgadez y la falta de arrugas.
Ahora puede venir cualquiera a decirte que la vida te ha pasado por encima porque no tienes la misma talla que hace veinte años. Normalmente alguien que, o bien se siente superior porque pasa tres horas diarias en un gimnasio, o que, en realidad, lo que siente es que la vida le ha pasado por encima porque ya no tiene la misma talla que hace veinte años y decide proyectar eso en cualquiera. Puede que incluso haya cierta sinceridad en su oferta de consejo —como consejo no solicitado, os diré que nunca deis consejos no solicitados—, pero no se fijan en qué hay del otro lado. Yo sí.
Cuando me enfadé porque me tocó una señora de estas en mi Instagram, no me estaba enfadando porque se me aconsejara a mí una serie de cosas que ya hago y que la otra persona no sabe porque no me conoce de nada; no me estaba enfadando porque me estuviera llamando vieja o gorda de forma indirecta; no me estaba enfadando por el descaro con el que la gente le habla a alguien que no conoce de nada. Me estaba enfadando porque ella no pensó ni por un momento en todas las mujeres con complejos físicos, que llevan mal envejecer, que han pasado por trastornos alimenticios, que se sienten presionadas para ser perfectas, en todas las mujeres a las que ese comentario les hubiera hecho un daño irreparable, en las que, cada vez que oyen consejos de autoayuda para que se acepten, se hunden más porque lo que las rodea da el mensaje opuesto.