‘Se acabó’
No sé si a todo el mundo le pasa, pero a veces hay cosas de la cultura popular que se me quedan por dentro como parte de mi filosofía de vida. Siempre me he preguntado si porque nombran, y por lo tanto validan, sentimientos o formas de actuar preexistentes en mí, o si, por el contrario, encuentro en ellas ejemplos sobre los que trazar un patrón de comportamiento. Mucho me ha ayudado a vivir el «mañana será otro día» de Escarlata, o el «no quiero realismo, quiero magia» de Blanche, pero puede que por encima de todas las cosas, lo que más útil me haya sido nunca haya sido el «se acabó porque yo me lo propuse y sufrí» de María Jiménez.
Quien me conozca sabe que soy una persona paciente, muy paciente, tan paciente que, cuando la cadena de paciencia que parezco tener infinita se termina, nadie lo ve venir. El de enfrente se queda desconcertado, como si los abusos que hubiera estado ejerciendo sobre mí no hubiesen tenido lugar sólo porque yo los tolerara o tratase de reconducir. Soy una persona que puede comprender casi cualquier cosa, adolezco de empatía enfermiza, y eso me suele traer todo tipo de problemas con la gente que cree que, porque entienda yo sus razones, estoy en la obligación de tolerar sus exigencias.
Pero siempre, desde que tengo memoria, llega un punto en el que María Jiménez me rescata. Por dentro siento que me nace un «se acabó porque yo me lo propuse y sufrí», y cuando la voz es demasiado fuerte como para ignorarla, mi paciencia, mi comprensión, mi empatía, mi generosidad y mi dulzura de van. Y se van de una y para siempre. Se me congela el corazón. Llega el «ni te quiero ni te odio» que también cantaba Jiménez. Por sorpresa para los demás, claro. Para mí no, porque siempre la espero. Por ella he dejado relaciones de pareja, amistades unidireccionales, relaciones tóxicas de todo tipo y hasta trabajos que me hacían infeliz. No hay ni una sola cosa sobre la tierra que se le resistiera a la María Jiménez que por dentro me decía: «ahora ya mi mundo es otro». Ella mataba el nervio para detener la infección y el dolor.
Nunca la conocí, pero es por eso que la voy a echar de menos. Que estuviera sobre el mundo hacía mi vida mejor. Es posible que el mero hecho de que alguna vez existiera ya mejorase mi vida. Estoy segura de que no estoy sola en esto. La gente fue a despedirla cantándole por bulerías mientras la paseaban en carro de caballos, cubierta de plumas de pavo real. Le cantaban porque eso es lo que ella quería: que la despidiesen con alegría; porque ha dado alegría, que es un don maravilloso, incluso cuando a ella le faltaba a veces. Por eso, porque la gente que da alegría y hace mejores nuestras vidas es escasa, hoy estoy un poquito más huérfana, aunque su voz nunca me falte.
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