Hace poco me escribió una lectora para decirme que le había encantado mi libro, pero… después de una palabra así casi nunca viene nada bueno. Sin embargo, en este caso, además de no ser bueno, me resultó llamativo y hasta extravagante. El libro era muy bueno, no se le podía poner un «pero». Sin embargo, YO estaba muy equivocada. Una lectora anónima me escribía para decirme que lo que ella creía que eran mis principios morales y mis opciones políticas eran erróneos y hasta malvados. Por supuesto, ella estaba dispuesta a sacarme de mi error porque le había gustado mi libro. Y menos mal. Si no llega a gustarle, supongo que lo primero que me habría encontrado en el buzón habría sido un exabrupto.
Esto, que en el fondo es una anécdota inocua y en cierto modo inocente, no me ha indignado por el hecho en sí, sino porque me ha llevado a pensar qué lleva a alguien a escribir a otro alguien, al que no conoce de nada, para enmendarle la plana por algo que está basado claramente en un prejuicio. Unas conclusiones planas, sacadas de un conjunto de ideas preconcebidas esbozadas por cuatro cosas que se ha visto en redes sociales, dos entrevistas y la lectura de un libro (y eso con suerte), llevan a un anónimo a creerse con el derecho, no sólo a decirle a esa persona que ha escrito el libro lo que es, sino que eso que es está mal y cómo debe arreglarlo. Me parece el colmo del egocentrismo. Se puede ser de todo en esta vida, incluso paternalista, pero sin pasarse.
Si esto ocurre con lo que se presupone de algo tan abstracto como una ideología ajena, qué no va a pasar con lo que respecta al físico, en especial de las mujeres. Por qué no juzgar, e incluso hacérselo saber, a una actriz que ha ganado unos kilos, a una cantante que se ve con cara de cansancio, a alguien que ha adelgazado demasiado deprisa. Por qué no poner bajo su foto que es una imbécil por presumir de recuperación post-parto. Por qué no decir que Amaral es demasiado vieja para enseñar las tetas en un concierto. El físico se ve y, como todas las cosas que se ven, resulta más directo y más permeable al ojo escrutador, al juicio ajeno o, con mucha suerte y si el desconocido te cae bien, al comentario paternalista. Mujer, no enseñes las tetas, que estás muy mayor para andar con esas tonterías.
A mí que Sauron quedase reducido a un ojo tras perder el anillo de poder me parece una metáfora nada sutil. El ojo vigilante que todos llevamos dentro está dispuesto a reunir a todas nuestras fuerzas de la oscuridad en cuanto ve una oportunidad. Y supongo que forma parte de la naturaleza humana. No pasa nada, de hecho, ¿pero por qué decírselo? ¿Con qué derecho vamos a comentarle a alguien que no conocemos que está vieja o que no debe ser feminista?
Por María Zaragoza
Todos los artículos de Primera Sangre