Probar la bondad de vez en cuando. Entiendo que durante estas fechas, a mucha gente se le haga duro ver que ese año falta alguien. En ocasiones, incluso es duro cada año ver que faltan los mismos desde hace mucho. Puedo entender que haya gente a la que no le guste su familia, y que sienta como un sacrificio tener que verlos. Puedo entender que la gente se sienta más sola en estas fechas, que detesten el consumismo asociado, que odien las luces, las aglomeraciones, el ruido, los pesados villancicos, las cenas de empresa, las mismas conversaciones rancias de todos los años.
Puedo entender que, en muchos aspectos, la navidad no guste, aunque a mí me encante por causas que tampoco vienen al caso. Lo que no comprendo es que se diga que es una época de hipocresía porque la gente «finge» ser buena. Y es que puede ser verdad, pero me pregunto qué hay de malo en intentar ser empático, comprensivo, incluso si sólo es cada doce meses. Hay personas que nunca prueban lo que es ponerse en el lugar del otro si no les obligan, eso es una realidad. Si se los obliga por presión social, o incluso por creencias, una vez al año, el bien que hagan bien hecho queda. Puede que, como ocurre con la comida u ocurría con aquel anuncio de la tónica, a base de probarlo le cojan el gustillo. Sí, es posible que me guste la navidad porque pienso que las personas a las que no les gusta dejar de ser mezquinas simplemente lo han probado poco.
Diréis que el problema es que sólo lo fingen, y no lo discuto, pero sonreír incluso sin ganas engaña al cuerpo, al igual que llorar pone triste aunque uno no lo esté previamente. Cuanto menos se mueve uno, más cuesta moverse. Las habilidades que no se usan se atrofian, al igual que se desarrollan otras por insistencia. ¿Os imagináis un mundo en el que fingir ser bueno acabe convenciendo al que lo hace de que lo es? Quizá ese es mi pensamiento navideño más recurrente. Sobre todo en estos últimos tiempos, en los que ver el telediario complica aferrarse a la fe en el ser humano. Cuando se ve cómo se veta un alto el fuego humanitario en una guerra, es difícil conservar la confianza en que la bondad siga residiendo en algunos corazones y sólo esté adormecida.
Cuando hubo un alto el fuego improvisado en la Primera Guerra Mundial porque soldados de ambos bandos se pusieron a cantar villancicos, la guerra debió terminar en ese mismo instante. El hecho de que les uniera la navidad es una de esas historias que no puedo evitar que me encanten. Los supuestos enemigos compartieron cena, jugaron al fútbol y abandonaron las armas. Sin embargo, los obligaron a seguir luchando porque siempre son los pobres los que acaban matándose por las peleas de los poderosos que no se matan. Ojalá esos poderosos fingiesen dejar la mezquindad a un lado aunque sólo fuese una vez al año.