Tengo cierta tendencia al salvavidismo, que si no está diagnosticado como una enfermedad, quizá debería. Cada uno tiene sus vicios, y el mío, durante muchísimo tiempo, ha sido rescatar a la gente de su propia vida.
Por lo que sea, me preocupa que las personas alcancen su máximo potencial, que mejoren sus vidas. Y diréis que eso no es problema ni, muchísimo menos, una enfermedad, pero, ay, amigos, es un vicio que sale carísimo, porque te deja desprotegido ante el chantaje emocional, la exigencia desconsiderada y otros males bastante absurdos pero que, sí, ocurren, en especial cuando das con el tipo de persona que se pega al salvavidista más a menudo: el melomerezcotodo.
Este personaje —seguro que lo conocéis— es un ser que exige todo el tiempo, que sobredimensiona su generosidad en forma de deuda impagable, que manipula y que, a menudo, además, pretende hacerse con lo que el salvavidista ha conseguido, o al menos evitar que lo tenga él. En ocasiones también cuesta dinero, pero ese es otro tema quizá más espinoso. Lo reconoceréis porque parece haber hecho muchas cosas por vosotros, pero cuando necesitáis algo de veras, nunca está.
Quizá el problema más grave del salvavidismo, y para lo que no parece haber un tratamiento claro, es que un salvavidista se acostumbra a cargarse al hombro con todo lo que puede y con lo que no puede también. Los salvavidistas siempre están bien, son unos supervivientes, y encuentran energía para resolver lo que llevan a cuestas y lo que lleva a cuestas el de enfrente, más los tres o cuatro melomerezcotodo que se le han acoplado. Habitualmente, si encuentra a quién confesarle cómo se encuentra de verdad, lo único que espera es acompañamiento, porque la resolución de problemas es lo suyo, aunque para llegar a eso necesite llorar, gritar y patalear. Consejo: si das con un salvavidista en crisis, escúchalo en su crisis. No te defiendas de ella, no trates de decirle qué tiene que hacer, no le causes más ansiedad. Limítate a estar, porque un salvavidista siempre carece de alguien que se siente y lo escuche a él cuando lo necesita. Por supuesto, no se te ocurra decirle que tú estás peor por la razón equis, porque entonces sumará tu crisis a la suya, y de hecho esconderá su necesidad bajo la alfombra hasta que ya no pueda ocultarse por más tiempo. Si un salvavidista necesita ser escuchado es porque ha llegado al borde del abismo y lo ha mirado a los ojos. Créeme, no te molestaría si no. No quiere tu ayuda y mucho menos una reacción violenta a sus emociones. Sólo quiere explotar un rato… en compañía.
No existe ningún tipo de tratamiento para el salvavidismo, aunque atenúa los síntomas enfriar las relaciones. Al menos reduce el ruido. Quizá, como alternativa, un pequeño alivio sería aceptar que hay gente que no quiere ser ayudada, aunque sean de la raza me lo merezco todo. Pero qué duro, ¿no? Qué duro es aceptar que hay personas muy cómodas en su me lo merezcotodismo.