Me pregunto cómo llevará el resto que gente a la que se quiere se convierta en cosas extrañas. No sé si es la edad, o la falta de poderes mágicos que me permitan ver el futuro, pero muchas personas a las que conozco desde hace años han tomado caminos en sus vidas que me parecen, como mínimo, imprevisibles. Supongo que cuando uno piensa cómo van a ser las vidas de los que quiere, habitualmente esperando para ellos lo mejor, la gente tiende a no cumplir con su papel o la vida, esa señora, se interpone.
En muchos casos yo lo llevo regular, lo admito. No soy yo mucho de juzgar, ni de decirle a nadie lo que tiene que hacer, pero algo me pincha en el interior cuando veo a una amiga casándose con un impresentable o tomando otro tipo de decisiones difíciles de reparar, y que me resulta evidente que no pueden llegar a buen puerto. En cualquier caso, las decisiones ajenas son eso: ajenas. Tuve la suerte de que mi madre me enseñara que una de las cosas que se deben aprender en la vida es que cada persona es libre de cometer sus propios errores. Se puede opinar, si te lo piden, y si no, pues te tragas ese pellizco que te está dando el cuerpo y ya está. Mi opinión no es importante. La de nadie lo es. Todo lo que puedes hacer es, si se la pegan y los quieres, estar ahí.
Más complejo me resulta cuando esto no atañe tanto a las decisiones como a transformaciones radicales de la personalidad. Detesto profundamente las conversiones. En mi experiencia, no hay nada con más posibilidades de convertirse en fanático que un converso. Un converso a lo que sea: sistemas económicos, creencias religiosas, ideas políticas, fe en la venida de los extraterrestres, dietas especiales, dejar algún vicio, engancharse al gimnasio o al terraplanismo. El fenómeno de ver la luz tiene sus inconvenientes; la radicalidad y la necesidad de predicar suelen ser dos de ellos. No debería molestarme, pero lo hace y no lo puedo evitar.
Sin embargo, he vivido lo bastante como para ver a amigos y conocidos transformarse en cosas que hubieran detestado veinte años antes, a veces en cosas que yo misma detestaría en alguien que acabase de conocer y, ¿qué se hace en esos casos? ¿Se puede borrar de un plumazo todo lo profundo vivido con alguien porque ahora adopte posiciones que te horripilan? ¿Y si además sabes que, ahí debajo, sigue estando la persona generosa, buena, inteligente o lo que sea que te conquistó? ¿Y si el bicho de esas ideas adversas salió demasiado tarde para que ese amigo, de la noche a la mañana, te caiga mal?
Supongo que en un mundo que va hacia las relaciones superficiales y selectivas, se tiende a ver con sencillez el eliminar a aquel que ya no es como tú porque ya no te identificas con eso que proyecta. Pero a la vez, qué triste, ¿no?