Cargando...De pantalones de campana, abusones internacionales y política exterior. Recuerdo que, cuando empezaba, a menudo otras escritoras me decían que mi interés por la moda podía verse como algo que desacreditar, frívolo, y que de alguna forma había que esconder. Reconozco que, para casi todo, la moda me interesa mucho más como observadora que como consumidora. Nunca he tenido una belleza que se correspondiera con el canon burgués imperante, ni he seguido los códigos de colores o los cortes de pelo de la temporada que toque, y las cosas que me gustan me suelen gustar se lleven o no, sólo que cuando no se llevan son más difíciles de encontrar y por eso es más agradable que se lleven. Sin embargo, mi pasión por las redes y los patrones de comportamiento no puede escapar al encanto de los ciclos de la moda y sus oscilaciones. La moda y su comportamiento sirve para medir absolutamente todo en las sociedades del primer mundo. Son el patrón por el que se corta lo que va a ocurrir.
Cuando hablaba de que la moral de la sociedad es también, como casi todo, una moda, se burlaban de mí. Debo recordar, sin embargo, que en un momento dado, nos reíamos de los neoliberales como nos reíamos de las hombreras de los ochenta. En un momento dado pensamos que los autoritarismos no podrían volver, como era imposible que alguien volviera a encontrar estético un corte de pelo mullet o un pantalón campana después de los setenta. De alguna forma que mi espíritu antimelancólico no comprende más que como una contradicción, echo de menos la época en la que, si decía que me daban miedo los que se reunían para cantar con el brazo en alto, se reían de mí porque eran cuatro locos condenados a la desaparición. De la misma manera echo de menos que se lleven los flequillos cortos porque así no tendré que aguantar varias veces por semana que me pregunten si me ha pegado un mordisco un burro por el mío. Por alguna razón que no termino de asimilar, los mismos que se acogieron con alegría a los avances sociales y a la cultura de la diversidad desde las grandes empresas han acogido con el mismo gozo eliminar la paridad y la integración de sus códigos éticos. ¿Estoy siendo frívola? Bueno, me sorprende que lo hayan hecho con la misma alegría con la que se dejarían barba para ligar más en el momento en el que se llevaron las barbas.
Llevo toda mi vida diciendo que no podemos dar por hecho ningún avance, porque los movimientos sociales, al igual que las modas, aman los péndulos: por cada avance, un paso atrás; por cada vez que el terciopelo se ve hortera, una vuelta al terciopelo. Tengo, sin embargo, una especie de síndrome de Casandra. Ya hemos estado aquí, con matices, no era difícil de prever. Cuando se le da poder a los abusones de colegio porque nos parece que nos van a aportar protección (así es como funciona), pasan cosas malas. Y, cíclicamente, como por los pantalones de pata de elefante, nos da por ahí. Ojalá aprendiéramos algo. Ojalá nos hubiéramos fijado antes en que el canon de belleza es cada vez más irreal, porque ya no quieren que lo tengas de serie, sino que lo pagues, y eso es un síntoma claro de la enfermedad que a día de hoy está dando la cara. Fijarse en la moda, y no hablo de la industria, sino en general de lo que se lleva a nivel estético, nos da pistas sobre el mundo si sabemos mirar.
