El próximo día 28 de mayo, es decir, la semana que viene, saldrá mi próxima novela, La fábrica de ángeles, con editorial Planeta. Si bien no soy una persona tendente a la nostalgia, si tengo ese punto supersticioso que me hace reflexionar en los números redondos. Este será mi libro número quince y haré con él veinticinco años de carrera.
Me ha dado por pensar que, en este tiempo, lo que más he oído, más que críticas o felicitaciones, son expresiones de asombro o incluso recriminaciones por hacer demasiadas cosas. Si bien es cierto que en los últimos tres años eso es real —conferencias, viajes, escritura de novela, escritura de guiones, impartir clases, levantar una productora—, antes nunca sentí que lo fuera. Es decir, sí que estaba en todo lo que podía y además trabajaba de cosas que poco o nada tenían que ver con la literatura, pero tenía que comer. Ahora, sencillamente, estoy en un momento en el que no puedo perder ninguna oportunidad que se me presente porque estoy en ese delicado equilibrio entre el privilegio de que esas oportunidades se presenten, y la necesidad porque no estoy en posición de descartar si lo que se me presenta me aporta.
Sin embargo, sí me pregunto qué significa ese «haces demasiadas cosas». Sólo una opción me parece sana: que de verdad se preocupen porque un día explote. Las demás siempre me suenan raras o egoístas.
Por un lado, el que me lo está diciendo podría hacerlo como proyección, porque siente que él no hace tanto. Por otro, por posesión, es decir, me dicen que hago demasiadas cosas porque temen que esas que les afectan a ellos directamente queden descuidadas o tengan menos espacio o tiempo en mi vida. Si por algo me caracterizo es porque no sé hacer las cosas a medias, me implico en todo lo que emprendo o, sencillamente, no empiezo. Eso da la sensación de que no puedo tener el mismo nivel de implicación en todas las cosas, y que si hago más, tendré que descuidar unas para poder repartirme. Por supuesto, todos quieren que me aplique en las que les incumben, por lo que, si tengo que renunciar a algo, siempre asumen que debe ser a «lo otro».
Por último, está la opción que más me inquieta, aunque quizá es la menos egoísta, que es la que pretende que haga menos cosas porque si hago muchas se va a sobreentender, o bien que me vendo barata, o que las hago todas a medias. Quien me lo dice se preocupa legítimamente por mí pero por razones ilegítimas. ¿Quién decide que las personas prolíficas dedican menos atención, trabajo y exigencia a lo que hacen? ¿Por qué se ha llegado a a conclusión de que hay que especializarse? Sobre todo en temas creativos, creo que cuanto más se sabe de todo en general, mejor se será en lo concreto. ¿Por qué nunca se piensa que la gente que hace pocas cosas es más por vagancia que por capacidad?