En la vida, como hay que saber trabajar, hay que saber descansar. Me parece a mí, que hay algo de espíritu esclavista del señorito Iván en hacernos creer que es malo descansar, que es malo tomar vacaciones, que es de vagos que te guste dormir y que necesites ocho horas para funcionar. Me pone de mal humor ese aura de superhéroe que adoptan aquellos que presumen de poder funcionar con tres horas de sueño. Mira, majo, no: morirás joven. Hay que saber dormir, hay que saber descansar y hay que saber parar.
Siempre viene bien un lugar paradisíaco o un país lleno de museos, pero quizá lo que más a menudo se necesite sea simplemente apagar el teléfono y el correo. No estar pendiente de resolver cosas a altas horas de la noche. Poder hacer la ameba un fin de semana entero. Hay mucha, muchísima más gente de la que nos imaginamos que no puede hacer eso y que, si lo hace, siente culpa. Y, una cosa os diré: la gran mayoría son mujeres.
En pleno siglo XXI, con una incorporación al mundo laboral de la mujer con muchos defectos, pero en ascenso, sigue habiendo algo que no ha cambiado: ellas siguen, en su mayoría, haciéndose cargo de la gestión del hogar, independientemente de que trabajen o no fuera. Y con gestión, no me refiero tanto a que ellos no muevan un dedo en casa porque llegan agotados del trabajo que ellas también tienen fuera, sino a que, si lo hacen, normalmente es porque ellas se lo piden —en ocasiones tantas veces que al final lo hacen ellas por no seguir insistiendo— y no porque salga de ellos. Es decir, se asume que la que sabe qué falta en el frigo, cuándo hay que sacar la ropa de la lavadora o llevar a Juanito al dentista es la mujer y eso jamás se cuestiona. Por lo que sea, lo que haga él en su trabajo debe ser tan agotador y tan importante que no tiene tiempo para esas nimiedades. Que me parece estupendo, pero me revienta que se asuma que ella sí, y que eso no carga ni agota, porque ojocuidao, por lo general, eso tampoco cambia en vacaciones.
He tenido unas cuantas conversaciones en este verano acerca de ello. Ellas hacen y deshacen maletas, reservan hoteles, sacan entradas, se encargan de los niños. Si van a un apartamento, son ellas las que hacen la compra, gestionan las comidas y las preparan. Ellos, por regla general, se limitan a quejarse de lo mal que se ha portado el niño el único día que ella se ha negado a madrugar, a quejarse de lo lejos que está el apartamento de la playa, a quejarse de lo caro que ha salido el hotel para la calidad del bufé y a rascarse la barriga. Ah, y a preguntarles a ellas que por qué están de tan mal humor, Mari, si estamos de vacaciones, es que ni de vacaciones te relajas un poco.
Mecagüenlaleche.