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El Ingenioso Hidalgo

Un Quijote para mirar

Luis Miguel Román Alhambra

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El Quijote hay que leerlo, releerlo, meditarlo, comentarlo, interpretarlo, criticarlo… y también se puede mirar. Los vecinos de Alcázar de San Juan tenemos el gran privilegio de contar en la calle un «Quijote para mirar».

Cada vez hay más quejas de la falta de hábito a la lectura y no digamos a la lectura del Quijote. Miles de folios se han escrito sobre la edad adecuada para poder entender el Quijote, y otros tantos sobre la necesidad, o no, de adaptaciones para niños y jóvenes. Pocos años después de salir a la venta, allá por el 1605, se comenzaron a ilustrar con estampas las ediciones para facilitar al lector la imagen de la escena.

Sobre mi opinión, a toda esta polémica inventada por algunos, es tan sencilla como el propio Quijote. El pasado domingo les conté el cuento del Quijote a mis nietos. Son muy pequeños. Leire casi tiene cinco años, Carlos dos años y medio y Hernán uno y medio. Y lo que más les gusta a los niños son los cuentos con dibujos, y más si se los cuentan sus abuelos en forma de historias inventadas según el momento. Así que, aprovechando una soleada mañana, fui a contarles el cuento del Quijote a un parque de mi ciudad donde hay, desde hace casi cien años, un Quijote en la calle. Conforme llegaba al centro del Parque Cervantes, ¡no podía llamarse de otra manera!, recordaba cuando mi padre me llevaba de la mano los domingos a este mismo sitio. Pero ya lo había descubierto yo antes.

Nací en la calle Fray Patricio Panadero, junto al convento de san Francisco, y comencé a ir a un colegio que se llamaba Escuela Ferroviaria, hoy Casa de la Cultura. Fui creciendo y empecé a ir solo a la escuela junto con otros amigos, pero siempre por el camino «derecho», como me decía mi madre, de casa a la escuela y de la escuela a casa. Con ocho o nueve años, una tarde de primavera, como ahora, a la salida del colegio acepté la proposición de jugar un rato a la pelota en un parque cercano, y allí descubrí el Quijote. No el libro, que tuvo que pasar algunos años más, sino un lugar en medio del “parque viejo”, en el que había infinidad de espléndidos dibujos, y que en ese momento no sabía realmente que eran. ¡Es el Quijote!, me dijo mi madre cuando llegué a casa, a la vez que veía que mi merienda de pan con chocolate se quedaba dentro de la alacena como castigo por no haberme venido derecho a casa. ¡Me quedé sin merendar, pero había descubierto el Quijote! Poco tiempo después mi padre me llevó un domingo a verlo, mientras que él charlaba, y hojeaba libros y revistas, junto con otros hombres, yo miraba los dibujos sin saber que estaba en una biblioteca pública al aire libre.

En torno a 1925 se comenzó a construir este espacio público que haría de biblioteca los días de fiesta, donde se prestaban revistas y libros. Se construyeron cuatro grandes bancos de ladrillos con hornacinas entre ellos, también de ladrillo, donde el funcionario colocaba los libros y revistas. Todo el conjunto se decoró con cerámica sevillana, con las aventuras de don Quijote y Sancho Panza. Como ha pasado con mucho de nuestro patrimonio, el vandalismo, y la dejación municipal, hizo que los azulejos originales fueran deteriorándose, hasta que hace muy pocos años se ha vuelto a rehabilitar con nuevos azulejos pegados sobre los antiguos.

Mi buen amigo Constantino, que tiene estudiado y catalogado este recurso, me dice que hay 291 azulejos, 181 corresponden a la primera parte y 110 a la segunda parte del Quijote, además de otros muchos más pequeños y repetidos para rematar la construcción.

Hoy he venido con mis nietos para que miren el Quijote por primera vez. ¡Qué lástima que este magnífico lugar pase desapercibido a los propios vecinos de Alcázar, que sin duda muchos ni conocerán! ¡Cuánta desidia por lo nuestro! ¡Ya les gustaría a japoneses, mejicanos, o cualquier turista del mundo, sedientos de Quijote, saber que hay un «Quijote para mirar” en Alcázar de San Juan. Sin duda alguna estarían leyendo y leyendo horas aquí, y, poniendo su marcapáginas, cerrar el libro y buscar esta escena que acaban de leer y soñar.

De nuevo ya son visibles los daños en algunos azulejos, espero que se pueda conservar y restaurar adecuadamente para generaciones futuras. Y por qué no, que se use por los colegios de la ciudad para visitarlo y leer con los niños una aventura y que los niños la busquen, la dibujen…

Busco en las fotografías viejas de mi familia y encuentro a mis padres, en los años cuarenta del pasado siglo, siendo aún novios, sentados con sus amigos en los mismos bancos del Quijote, donde he estado con mis nietos. ¡Volveré, con más nietos!

Luis Miguel Román Alhambra

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