El herenciano Salvador Rodríguez de Tembleque ha fallecido a los 91 años de edad en Málaga. Fue miembro del grupo fundador del Teléfono de la Esperanza de la ciudad andaluza a mitad de los años setenta tal y como ha informado oficialmente el presidente internacional del Teléfono de la Esperanza, Juan Sánchez.
Manchego de cuna y malagueño de adopción, Salvador, hombre de profundas convicciones cristianas, era propietario de una asesoría y su mujer, Salud García, maestra en un colegio en La Palmilla. A través de ella comenzaron a llegarle peticiones de ayuda de personas en dificultades. Salvador conocía la existencia de teléfonos de ayuda en otros países y en Sevilla, donde Serafín Madrid había puesto en marcha el primer Teléfono de la Esperanza de España. En unos pocos meses del año 1975, Salvador aglutinó a Carlos Linares, Ángel Medina, Manolo Montes y Sergio Ferrero para dar respuesta a una demanda que había en la Málaga de la época y para la cual, la atención especializada, respetuosa y anónima por teléfono era un método eficaz y moderno en ese momento.
Fueron tiempo de ilusiones y entusiasmo contagioso. Como recuerda Sergio Ferrero «en los principios, fundaciones y proyectos que merecen la pena, no mandan las razones, son tiempos de carisma, de virus de entusiasmo contagioso. Es una especie de flechazo y quedas tocado de por vida».
La pasión de aquellos pioneros les empujó a tocar todas las puertas posibles de la Málaga de los años setenta para obtener respaldos. Lograron el apoyo del entonces obispo, Ramón Buxarrais, el Ayuntamiento, la Diputación Provincial y, entre otras entidades, la Caja de Ronda, que más adelante donaría un piso para acoger a madres solteras, un problema muy importante en aquellos días. Taxistas y policías tenían en cuenta al Teléfono de la Esperanza al que derivaban casos de personas que necesitaban ayuda de muchos tipos. El Banco de Bilbao facilitó la compra de la planta superior de ‘Villa Esperanza’, el chalet donde se fundó y hoy sigue la asociación, y los autores en forja de la palabra ‘esperanza’ que hay en nuestra puerta, nos regalaron su trabajo.
Echó a andar el Teléfono de la Esperanza «con mucha buena voluntad», cuenta Manolo Montes, que rememora las reuniones de los sábados en las que los voluntarios hacían una puesta en común de los casos escuchados, de las necesidades y angustias de los malagueños. “Había mucha soledad, incomunicación, como hoy día, y casos de intentos de suicidio, también como hoy día”. El grupo de los sábados lo integraban un psiquiatra, un psicólogo, un médico, un sacerdote (Sergio Ferrero) y el resto de los voluntarios. Todos regalando su tiempo a las personas con problemas para buscar la forma de que tuvieran horizontes de esperanza y felicidad en sus vidas. “La combinación improvisada de profesionales y personas sin formación en salud mental, fue un embrión de lo que hoy es el Teléfono de la Esperanza, donde formamos de forma profesionalizada durante más de un año a las personas que van a atender a los llamantes”, señalan desde la asociación.
Salvador “ha sido un hombre amigo de sus amigos, cercano, cálido y siempre disponible para servir. Entregó muchos años de su vida a la labor de orientador familiar en consulta y su mujer, Salud, a la de orientadora escuchando a las personas que llamaban. También sus hijos, Susana, Sandra e Israel, participaron en cursos con nosotros y colaboraron dedicando su tiempo”, comentan en un comunicado.
“Por cercanía y por el corazón que le ponían a todo, Salvador y Salud, hicieron del Teléfono de la Esperanza su casa. Siempre con sencillez. Poniendo el foco de lo realmente importante en el servicio de dar a los demás y no en cualquier otra cosa. A Salvador, le gustaba decir que el Teléfono de la Esperanza es como un hijo mío» y «después de casi 40 años lo que no sabes, te lo enseñan».
En enero de 2014, en el Teatro Alameda, se rindió homenaje a Sergio, Salud y Salvador. Sobre el escenario, a sus bien llevados 87 años, hizo gala de su natural sobriedad para recordar que «esto es un servicio anónimo, aquí no nos interesa las vida de nadie». Parecía decir, «llámanos, estamos aquí». Como si hubiera captado la angustia latente en alguna de las personas que llenaban el teatro. Siempre irradiando empatía.