Saber que vas disfrazado. Siempre me ha hecho gracia aquello de que no es tan importante el ser bueno como el parecerlo. Será que a mí siempre me ha dado un poquito igual qué parezco, porque sé lo que soy. Para otras cosas soy una papanatas, pero en lo que concierne a mí misma, me conozco bastante bien. Sé qué me gusta de mí y qué no, y también sé cuando los demás piensan algo, bueno o malo, sobre mí, y se equivocan. Esa claridad me ha sido de gran utilidad en la vida y, últimamente, me da muchos disgustos. Llamemos a estos disgustos «disgustos vicarios», porque funcionan por observación.
Cada vez me disgusta más cuando la gente se desvive por aparentar alguna cosa que no es. Me pregunto si la mayoría de nuestros males, históricos y actuales, no serán precisamente por querer ser lo que no se es o por pretender aparentarlo. No sólo se vuelve uno loco perdido por hacer toda la vida pública en redes, construyendo una mentira alrededor de una forma de vida ideal, irreal e inexistente, ya que hay que guardar cosas para la intimidad y, sobre todo, saber distinguir la realidad de la ficción, sino que me parece a mí que esos síndromes mesiánicos que construían tiranos, y eran patrimonio de unos pocos, están cada vez más extendidos.
Cada vez hay más personas que creen saber lo que nos conviene a todos los demás, que saben qué debes hacer «por tu bien», qué debes creer, saber, leer, disfrutar e incluso rechazar. Cada vez hay más personas insignificantes e inseguras tratando de invadir nuestras particulares polonias mentales, físicas y emocionales. Porque sí, amiguitos, esas personas funcionan por miedo. Fingen seguridad y fingen saber lo que nos conviene porque tienen miedo de todo lo otro.
Que, ojo, todos nos dejamos llevar por esos pequeños dictadores que podemos llegar a ser. Es muy tentador. Pero creo que hay que combatirlos en la medida de lo posible con un poquito de espíritu crítico. Debemos saber, aunque sea por salud mental, que todo lo que brilla puede esconder mentiras, resentimientos, miedos, pobreza real o de espíritu. A mí se me parte un poquito el alma cuando veo a gente que no puede pagar el alquiler bañada en joyas y sedas que les han prestado para una alfombra roja. No digo que yo no lo hiciera, pero sí que al menos tendría la posibilidad de pensar que no es cierto. Está muy bien disfrazarse si sabes que vas disfrazado.
Hay mucha gente que no lo sabe, y que ha construido su vida alrededor de posibilidades ridículas, de monetizar la vida, de poner una ventana abierta a sumamente idealizada intimidad. Unos hacen dinero, otros fingen que lo hacen. Me da pena que tantos niños quieran tener ese oficio: el del fingimiento del que no sabe que finge. Además hay que tener cuidado con las idealizaciones, porque no sólo son mentirosas, sino que suelen ser conservadoras, pero ese es otro tema. O quizá no tanto.