Ante los gestos indignados que se han dedicado estos días a censurar la cultura rusa en diferentes lugares, como gesto hacia Ucrania, se me ocurrió decir en redes que Franco también censuró la cultura rusa sin fijarse en si era soviética o zarista. No tardaron en enmendarme la plana porque, «no es lo mismo» y yo me pregunto por qué la censura cultural tiene que ser más aceptable dependiendo de quién la haga.
Justamente, el libro que voy a publicar próximamente habla de personas que deciden rescatar libros censurados o considerados peligrosos, aunque su contenido esté en contra de lo que representan, de sus creencias o de su código ético. Documentándolo, me reí mucho de que se consignasen como censurables libros de Tolstói por parte del bando fascista, como si fuese soviético, cuando el escritor vivió y murió durante el imperio. Me burlé de que para censurar no se tuviera en cuenta el tiempo tanto como el espacio. Pensé que era ridículo, y ahora estamos cometiendo el mismo error.
En los últimos días, que yo me haya enterado, se han intentado suspender conferencias programadas sobre literatura realista rusa, se ha quitado el Solaris de Tarkovski de la programación de una filmoteca y el teatro Real ha decidido no traer al Bolshoi. En el primer caso, me comentaron, aunque no sé si es cierto, que se pidió al conferenciante que, para mantener su conferencia, hablase también de literatura ucraniana, que el conferenciante no tenía por qué conocer. Al Solaris de Tarkovski lo han intentado intercambiar por la versión de Soderbergh con George Clooney. En el caso del Bolshoi, parece que nadie ha tenido en cuenta que el director se ha manifestado a favor de Ucrania, con el peligro de cárcel que eso supone, y que ha dimitido de su puesto para que no se lo vincule a Putin. Sí, así de ridículos somos.
La cultura es importante socialmente, mucho más de lo que se la valora, pero los gesto culturales deben venir siempre DESDE la cultura y nunca CONTRA la cultura. Desde la cultura son simbólicos. Contra la cultura, absurdos y dañinos porque generan prejuicio y tabú. Desde la cultura son valientes, como el gesto del director del Bolshoi al dimitir. Contra la cultura, son censura. Personalmente estoy en contra de la censura, venga de quien venga. Cuando era pequeña, en su sección de La bola de cristal, Javier Gurruchaga nos habló de cómo censurar era paternalista, porque es asumir que el otro no es capaz de apartar la vista de lo que le resulta molesto o incómodo; con esa excusa se toma la decisión por él.
Siempre se censura con la mejor de las intenciones: porque se cree que el censurado lo merece; porque se cree estar protegiendo a alguien con esa censura. Ya me diréis qué le importa a Putin que se censure a Tarkovski. Ya me diréis en qué ayuda a los habitantes de Ucrania que no disfrutemos escuchando hablar de Tolstói o, válgame la osadía, de leerlo.